domingo, 29 de abril de 2018

DOMINGO 5º DE PASCUA



“Sin mí no pueden hacer nada”

Jesucristo pronunció estas palabras durante su discurso de despedida en mitad de la Última Cena. Debemos tener bien presente el contexto de las palabras del Señor, son los últimos momentos que Jesús vive con los discípulos antes de su pasión y muerte. Jesús abre su corazón: ha lavado los pies a sus discípulos. Quien lee el comienzo del capítulo decimotercero del evangelio de san Juan se lleva la gran sorpresa de conocer el secreto de toda la vida del Señor. El evangelista deja dicho que «sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

Estas palabras debieran grabarse en nuestra mente y en nuestro corazón: saber que toda la vida de Jesús tiene una única clave de lectura, que debiera estar bien presente a la hora de dilucidar nuestro obrar cristiano: los amó hasta el extremo. En la misma línea hemos de colocar el mandamiento «nuevo» (Jn 13,14), cuya novedad está precisamente en el punto de referencia que propone el Señor: «como yo os he amado». Y ya queda dicho que Jesús «nos amó hasta el extremo».

La relación entre el amor y el cumplimiento del mandamiento «nuevo» es una relación que implica la totalidad de la persona, no por simple imitación externa sino más bien por una relación vital entre Jesús y sus discípulos, que somos nosotros. Tal relación vital es lo que sugiere la alegoría de la vid y los sarmientos, que es el texto del Evangelio de este domingo (Jn 15,1-8).

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Saulo, quien luego tomaría el nombre de Pablo, había sido perseguidor de los cristianos. Por eso costó mucho que la comunidad lo recibiera. Bernabé, que era un hombre lleno del Espíritu Santo, tuvo el discernimiento y el buen trato necesarios como para hacer que la comunidad aceptara a Saulo. Así, la Iglesia fue creciendo con nuevos integrantes, y el nombre de Jesús fue proclamado en nuevos ámbitos.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 9, 26-31

En aquellos días: Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo. Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de Jesús. Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre del Señor. Hablaba también con los judíos de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. Sus hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso. La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.
Palabra de Dios.

Salmo 21, 26-28 30-32

R. Te alabaré, Señor, en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de los fieles: los pobres comerán hasta saciarse y los que buscan al Señor lo alabarán. ¡Que sus corazones vivan para siempre! R.

Todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán en su presencia. R.

Todos los que duermen en el sepulcro se postrarán en su presencia; todos los que bajaron a la tierra doblarán la rodilla ante él. R.

Mi alma vivirá para el Señor, y mis descendientes lo servirán. Hablarán del Señor a la generación futura, anunciarán su justicia a los que nacerán después, porque esta es la obra del Señor. R.

II LECTURA

Dios nos ha dado su mismo Espíritu, el Espíritu Santo, que vive en nosotros. El Espíritu nos permite vivir como hijos e hijas porque nos mueve al amor. El Espíritu Santo se manifiesta en las obras concretas de amor, esas que comunican vida al hermano.

Lectura de la primera carta de san Juan 3, 18-24

Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra de Dios.

ALELUYA
      
Aleluya. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. El que permanece en mí, da mucho fruto. Aleluya.

EVANGELIO

¿Quién no ha experimentado lo bello y rozagante que es un buen racimo de uvas? Así, llenos de vida, alimento y dulzura, nos quiere Jesús. El secreto para esto es, simplemente, permanecer unidos a él, quien como savia nutriente impregna todo nuestro ser. Permanecer es no poner freno a la corriente de amor que él ha establecido. Como consecuencia, daremos los mejores frutos, los que comunican vida al prójimo.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 1-8

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La primera referencia a la «viña» se encuentra en un texto del profeta Oseas (10,1) y en otro del profeta Isaías (5,1-7), ambos del siglo VIII a.C. Después aparece sucesivamente en Jeremías (2,21; 5,10; 6,9; 12,10), Ezequiel (15,1-8; 17,3-10; 19,10,14), en el Salmo 80,9-19 y en el Cantar de los Cantares (2,5; 7,13). Los evangelios sinópticos cuentan como parábola el relato de Jesús (Mc 12,1-12; Mt 21,33-46; Lc 20,9-19), modificando el canto de Isaías: Israel no aparece como la viña imagen del pueblo, como la esposa, sino que se trata del propietario que reclama a los labradores el fruto que le corresponde. Los profetas han sido los encargados de recoger el fruto, pero los profetas han sido maltratados e incluso asesinados por los labradores. Ante esta situación el dueño de la viña envía a su «hijo predilecto», a quien los labradores eliminan pensando quedarse con la viña en propiedad.

La pregunta de Jesús a sus interlocutores es la siguiente: «¿Qué hará el dueño de la viña?» (Mt 12,9). Conocemos la respuesta: «Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros» (Mc 12,9). Todos los que escuchan a Jesús «comprendieron que había dicho la parábola por ellos» (Mc 12,12).

¿Cómo reaccionamos nosotros ante lo que cuenta Jesús? ¿Consideramos la parábola como algo limitado al tiempo de Jesús con sus interlocutores o más bien la entendemos como algo en lo que estamos implicados directamente? A través de la parábola el Señor trata de establecer un diálogo personal con cada uno de nosotros, de manera que lo que dice el Señor no queda relegado al pasado, pues la Palabra de Dios es «viva y eficaz» (Hb 4,12) y nos interpela personalmente.

“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador” (Jn 15,1)
Este modo de hablar de Jesús indica que él se identifica con la viña, él mismo es la viña, que no es una simple criatura de Dios, sino que en Jesús-viña, Dios mismo se hace viña y es Dios mismo quien vive en la viña.

Así es como queda superada la forma del relato evangélico, primero la parábola y después la alegoría. La realidad deja de ser forma literaria para llegar a la identificación, primero con la persona de Jesús, que es viña, y después, mediante Jesús, es el mismo Dios-Padre que se identifica con la viña.

El fruto que Dios espera de nosotros es el amor, manifestado ya en Jesucristo hasta el punto de subir a la cruz y de entregarse a la muerte por nosotros, a quienes llama «amigos» (Jn 15,15). Jesús, amigo nuestro, garantiza su presencia en medio de nosotros, más aún, «en nosotros» hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20).

“Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4)

La relación de amistad que el Señor establece con nosotros implica por nuestra parte «permanecer en él». Esta realidad se expresa de diferentes maneras, insistiendo en el mismo hecho: «el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5);  «al que no permanece en mí lo tiran fuera…» (Jn 15,6); «si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará» (Jn 15,7); «si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15,10).

Que no se nos escape la insistencia del verbo «permanecer» que, a lo largo del relato, se repite diez veces, indicando la perseverancia para vivir en comunión de vida con el Señor mediante la fe, la esperanza y el amor, afrontando todas las dificultades que encontramos a lo largo del camino de nuestra vida.

En el mismo tema abunda la segunda lectura: «Quien guarda sus mandamientos (los de Jesucristo) permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio» (1 Jn 3,24). Guardar los mandamientos de Dios quiere decir no amar solo de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.

Obras son también las que sirvieron para que san Pablo fuese admitido en la comunidad de los discípulos, gracias al buen hacer de su amigo Bernabé. La primera lectura propone este episodio, muy real, primero de  desconfianza en la persona del perseguidor Saulo de Tarso y, sucesivamente, de acogido en la comunidad cristiana, una vez que Pablo  «contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús» (Hch 9,27).

Este es el desafío que el Señor nos presenta: ser testigos creíbles de su resurrección, no en teoría sino con el testimonio de nuestra vida, una vida que queda totalmente transformada en la medida en que vivamos nuestra unión con Jesucristo, que nos repite: «Sin mí no podéis hacer nada».

ESTUDIO BÍBLICO.

I Lectura: Hechos de los Apóstoles (9,26-31): El perseguidor es perseguido

I.1. La primera lectura nos presenta a Pablo que, después de su conversión, vuelve a Jerusalén. Sabemos, por el mismo Pablo en Gál 1,16-24, que tuvo lugar a los "tres años", tras una estancia en Arabia (donde se retira a repensar su vida) y su ministerio en Damasco donde había tenido lugar su conversión. Pero Lucas tiene mucho interés en poner pronto en comunicación a Pablo con los Apóstoles (poniendo como anfitrión a su compañero Bernabé) para mostrar la comunión de todos en la predicación del evangelio. Lucas está preparando las cosas para dejar poco a poco a Pablo como protagonista de los Hechos, como aquél que ha de llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. El relato de Hechos deja muchos cabos sueltos desde el punto de vista histórico. Pablo -que vino a Jerusalén para "ver" a Pedro según nos confiesa él mismo en el texto de Gálatas-, tiene ocasión de experimentar que los judeo-cristianos no se fían de él. Los judíos helenistas, como sucedió con Esteban, provocaron un altercado que podía haberle costado la vida. Por eso lo encaminaron hacia Tarso (Pablo dice que estaría catorce años en Siria y Cilicia), hasta que vuelve a Jerusalén para la asamblea apostólica (Hch 15). Lucas insiste mucho, quizás demasiado, en la comunión de Pablo con los de Jerusalén.

I.2. En el texto de hoy es importante poner de manifiesto que Pablo, el perseguidor, ha tenido en el "camino" una experiencia del Señor resucitado, como la han tenido los apóstoles y otros y está en disposición de anunciar la Resurrección, incluso en la misma sinagoga que fue responsable de la acusación de Esteban. Esto es lo que a Lucas le interesa sobremanera: si Esteban ha sido quitado de en medio por los intereses "religiosos" de los responsables, Dios llama a otro (nada menos que al enemigo anterior del evangelio), a Saulo, para anunciar la resurrección y llevar el mensaje a todos los hombres. La Iglesia, los discípulos -todavía no han recibido el nombre de cristianos, como sucederá en Antioquia-, se fortalecerá en la persecución y el sufrimiento. Pero el mensaje de la vida, como corazón del anuncio de la resurrección, ha de transformar el mundo.

II Lectura: 10 de Juan (3,18-24): El amor a los hermanos criterio de conciencia

II.1. La segunda lectura nos habla de la praxis del amor y de la verdad. La vida cristiana no se puede resolver en la ideología que se mantiene en la cabeza, sino en lo que uno vive de corazón. Para la Biblia, el corazón es la sede de todas las cosas, del pensar y del obrar, y es el corazón el que nos juzga, el que dice si nuestro cristianismo es verdadero o pura ideología. Es la sede de la conciencia y no podemos engañarnos. La religión verdadera comienza siendo una cuestión de fe, pero se muestra en la praxis de una vida donde lo que se cree se ha de llevar a efecto; de lo contrario no habría fiabilidad.

II.2. Lo principal de esta praxis es que la fe en Jesucristo implica necesariamente el amor a los hermanos como El nos ha pedido, como ha exigido a los suyos en el discurso de la última cena: el mandamiento nuevo. Así es como podremos saber que estamos con Dios y que tenemos su Espíritu. El amor a los hermanos, que en la teología joánica es como el amor a Dios, garantiza la verdad de la vida cristiana. El amor a los hermanos es el criterio de conciencia verdadera.

Evangelio: Juan (15,1-8): Cristo, vid donde está la vida

III.1. El evangelio de Juan nos ofrece uno de esos discursos llamados de “revelación”, porque en ellos éste evangelista nos muestra quién es El Señor. Se enumera entre los famosos "yo soy" del evangelio de Juan (el Mesías 4,26: el pan de vida 6,35.41.48.51; la luz del mundo 8,12; 9,5; la puerta de las ovejas 10,7.9; el buen pastor 10,11.14; el Hijo de Dios 10,36; la resurrección 11,25; el Señor y el Maestro 13,13; el camino 14,6; la verdad 14,6;la vida 11,25;14:6; el rey de los judíos 19,21. Esto ha planteado, de alguna manera, una “cristología” y un discipulado de exclusividad. Aquí, en este discurso, Jesús se presenta con una imagen que era tradicional en la Biblia, la de la viña. Conocemos un canto de la viña en el profeta Isaías (c.5) que tiene unas constantes muy peculiares: la viña era el pueblo de Dios. Sabemos que la viña está compuesta de muchas cepas, pero la viña no ha dado fruto bueno, es un fracaso, se debe arrancar. Ese es el canto de Isaías. )Lo arrancará Dios? Debemos decir que desde la teología joánica, la respuesta a ese canto es distinta; no es necesario que Dios la arranque: ahora Jesús se va a presentar como la clave curativa para que la viña produzca buenos frutos. Él se presenta como la vid, y todos los hombres como los sarmientos para que sea posible dar buen fruto.

III.2. Pero escuchando su “palabra”, los sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las obras del amor. Porque fuera de El, de su palabra, de sus mandamientos, no podemos permanecer. Se respira, pues, una gran seguridad frente al acecho de cortar y arrasar: Jesús está convencido que permanecer en El es una garantía para dar frutos. El *permanecer+ con El, el vivir de su palabra, de sus mandamientos, de su luz, de su vida, hará que la viña, el pueblo de Dios, vuelva de nuevo a ser el pueblo de la verdadera alianza. Con esto se complementa la enseñanza de la epístola en la que se propone a los discípulos permanecer en Dios. El camino para ello es permanecer en Jesús y en su evangelio.

III.3. La fórmula "permaneced en mí y yo en vosotros", muy típica de este evangelista, define la relación del discípulo con Jesús como una reciprocidad personal. Esa relación personal con Jesús es la condición indispensable para dar fruto. La transformación teológica que se opera desde la imagen de la viña de Israel a esta propuesta simbólica del evangelio de Juan es muy peculiar. Una viña está compuesta de muchas cepas que, una a una, tienen su vida propia y que no tienen comunicación entre si. En el caso de la simbología de la viña de Juan la cepa, que es Jesús, hace que los pámpanos estén unidos a la cepa, a Jesús. Como Jesús es la vida, y la luz, y el Hijo, entonces estar unido a El es tener vida.

III.4. Se trata de un discipulado o de una comunidad intimista como algunos han señalado? No podemos negar que el evangelio de Juan es de este tenor. El "seguimiento" de Jesús no se expresa de la misma manera, v.g. que en Lucas, que es seguirle “por el camino”. Los discursos y las fórmulas de revelación del "yo soy" de esta teología joánica no dejan otra opción. Bien es verdad que eso no significa que la "exclusividad" de Jesús, el Hijo de Dios, no permita que esa luz de Jesús y esa vida que El ha traído precisamente, se convierta en un círculo de discípulos elitistas o excluyentes. Esa luz de Jesús y esa vida tienen muchas formas de manifestarse y de hacerse presente. Pero no es cuestión de exclusivismo, sino de confianza; la confianza de que en Jesús y con Jesús, el Señor, encontraremos la vida verdadera. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


domingo, 22 de abril de 2018

DOMINGO 4º DE PASCUA

“Yo soy el Buen Pastor”

Estamos celebrando el tiempo gozoso de Pascua. Estos cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como “un gran domingo” (S. Atanasio).

La Iglesia, no obstante, nos va desdoblando el gran acontecimiento  salvífico de la resurrección poniendo a nuestra consideración, mediante la palabra de Dios que se proclaman en las eucaristías dominicales, aspectos fundamentales del mismo.

En este domingo se nos habla en las lecturas de cómo Jesús, el Resucitado, es la “piedra angular” que ha sido desechada, pero es ahora la piedra que da consistencia a todo el edificio. Nadie más puede salvar. La tradición joánica nos da también una clave para poder entender la filiación divina: el que cree en Jesús se convierte en hijo e hija de Dios y “seremos semejantes a El”. La otra imagen que se nos presenta en el Evangelio que se proclama hoy es que este Jesús es el Buen Pastor que da la vida y va delante de nosotros enseñándonos el Camino.


DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Los apóstoles no dispensan su discurso con palabras edulcoradas ni retóricas inútiles. Van al punto esencial: anunciar a Jesucristo y proclamarlo como quien trae la salvación. Así el nombre de Jesús llega hasta los confines de la tierra.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 4, 8-12

En aquellos días: Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: “Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue sanado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el Nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. Él es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque, en ningún otro existe la salvación, ni hay bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos”.
Palabra de Dios.

Salmo 117, 1. 8-9. 21-23. 26. 28-29

R. Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Es mejor refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres; es mejor refugiarse en el Señor que fiarse de los poderosos. R.

Yo te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación. La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.

¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor: Tú eres mi Dios, y yo te doy gracias; Dios mío, yo te glorifico. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! R.

II LECTURA

¿Puede el ser humano ser semejante a Dios? Así lo dice la primera página del Génesis: nos hizo a su imagen y semejanza. Con la confianza puesta en el inmenso amor que Dios nos tiene, la carta afirma claramente: “seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. Dios quiere hacernos partícipes de su misma vida. Ya hoy nos adelanta esta condición porque somos sus hijos e hijas muy amados. Esto nos llena de gozo el corazón y nos lleva a la alabanza.

Lectura de la primera carta de san Juan 3, 1-2

Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 10, 14

Aleluya. “Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Entre Jesús y el Padre hay un flujo poderoso y firme de conocimiento y de amor. Jesús quiere establecer esa misma corriente entre él y nosotros, sus ovejas. ¡Qué vínculo tan vivificante y sólido! Un amor que fluye y sostiene la vida, un amor que entreteje el lazo fuerte con el buen Pastor. Así está Jesús, dándonos Vida permanentemente.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 10,11-18

Jesús dijo: “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La gran fiesta de la Pascua tiene sus cuarenta días (Cuaresma) de preparación mediante la penitencia, la limosna y la oración para poder llegar a este tiempo de gracia y de vida nueva que son los cincuenta días (Cincuentena) pascuales. Tiempo fuerte en el que la Iglesia nos invita a que maduremos en nuestra fe, valoremos nuestro bautismo, sintamos más íntimamente nuestra pertenencia a la Comunidad, y nos comprometamos con la gran misión que tenemos   de implantar el Reino de Dios en el momento que nos toca vivir.

Piedra Angular

El fragmento que se lee como primera lectura en la Palabra de Dios de este domingo hace una referencia explícita al salmo118,22: “la piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en piedra angular” Los arquitectos, los dirigentes judíos, son los que rechazaron a Jesús y El es que da autoridad a Pedro y a los apóstoles para testimoniar que en su nombre hacen las curaciones. Jesús se ha convertido el signo de salvación para todos los que creen en El. El resucitado cumple con su promesa: “Estoy con vosotros…” Por eso Juan en su carta  afirma con toda rotundidad de que “ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.”

Yo soy el Buen Pastor

Ya en los primeras representaciones artísticas de los cristianos perseguidos del siglo I, ocultas en las catacumbas, aparece Cristo como un pastor con una oveja al hombre: el buen pastor. Jesús mismo se nos autodefine con esta expresión del “buen pastor” frente a los sacerdotes del Templo y de los rabinos o escribas que lideraban al pueblo de Israel. Por eso Jesús nos habla no de cumplimientos, sino de amor, de descubrir a un Dios misericordioso que está al lado del que se deja llevar por el amor y se acerca a los más humildes y necesitados.

Esta imagen de “pastor”, tal vez en nuestro mundo industrializado y tecnificado, puede que ya no tenga mucho significado y nos sea difícil de entender. El evangelio nos añade una serie de características del “buen Pastor” que sí nos ayuda a entender el significado pascual de esta expresión. Es el Buen Pastor que da la vida, que nos conoce como el Padre le conoce a Él, que también da la vida por otras ovejas que no son de este redil.

Dar la vida

Con la expresión de vida entregada, Jesús, hace su autoretrato, expresa  la ternura del Buen Pastor. Esta vida “recuperada” nos invita a hacer una reflexión para nuestra vida si queremos vivir como “resucitados”¿Cómo entregamos nosotros la vida? ¿Nos desvivimos por los demás? Hoy que se nos invita a ser una Comunidad, una Iglesia “en salida” ¿cómo lo hacemos?. La presencia del Resucitado se nos manifiesta siempre como el crucificado y aparece en todos los llagados de este mundo. Los seguidores de Jesús tenemos que saber descubrir esta presencia del Buen Pastor, que da la vida, en tantos “descartado” como tenemos a nuestro alrededor: ancianos solos, los sin techo que hay por nuestras calles,, los niños hambrientos, las víctimas de la guerra, las mujeres maltratadas, las personas sin empleo… Los “asalariados” son los que no quieren ver estas situaciones. “Buenos Pastores” somos todos los bautizados y a ello nos obliga nuestro Bautismo, que es nuestra primera llamada, vocación, para seguir a Jesús que nos llama a cada uno por nuestro nombre, como hizo en otro tiempo, según nos relatan los Evangelios.

Nos conoce como el Padre le conoce El

¿Conocemos de verdad a Jesús? Con frecuencia tenemos un conocimiento superficial de formulas hechas, pero ignoramos quien es de verdad Jesús. De un amigo tenemos conocimiento, sabemos qué le gusta, cómo es, cuáles son sus ilusiones, incluso cuáles son sus defectos… y de Jesús ¿qué conocimiento tenemos? ¿Qué significa en tu vida? ¿Nos ponemos en la piel de Jesús y nos preguntamos qué haría en mi lugar? Seguro que Jesús derrocharía amor y ternura al encontrarse con los llagados de nuestra sociedad. Nosotros ¿por qué no hacemos los mismo? Respeto, comodidad, “pasar de largo”, no complicarnos la vida… En este tiempo de Pascua se nos interpela para que descubramos el sentido de estar bautizados. Si descubrimos de modo experimental ”el amor de Dios derramado en nuestro corazones por el Espíritu que se nos ha dado”, toda nuestra vida de cristianos cambiaría y descubriríamos la gran misión a la que somos llamados: todo bautizado tiene que ser “buen Pastor”

También da la vida por otros que nos son “de los nuestros”

Es una de las grandes características del “Buen Pastor”. En nuestra cultura actual, marcada muy profundamente por “el descarte” ya nos entra cierto rechazo al oír la expresión “no son de los nuestros”. Nos molesta que haya “ovejas que no son de nuestro redil”, que haya cristianos que tienen opciones distintas, que haya personas que no piensen como nosotros. “Lo distinto… no nos sirve”. Sería importante que los cristianos nos preguntáramos en este Tiempo de Pascua: ¿Cristo ha muerto sólo por mi o por todos? ¿En qué queda si no el sentido universal de la Redención? ¿Por qué no derribamos tantos muros que hemos construidos los hombres, pero que Dios no los quiere?

Los cristianos hemos de quitarnos ya el “miedo de encerrados” como si fuéramos vendedores de sueños de ilusión. Somos personas que tenemos que “hacer sentir la paz de futuro, el perdón que nos reconcilia con Dios y con nosotros mismos, la alegría de la esperanza…”

Es tradicional hoy rezar por las vocaciones sacerdotales. En una “iglesia en salida” hemos de replantear el sentido de la vocación para una misión. Los seglares también son “vocacionados” y tienen su responsabilidad en el pastoreo de la comunidad cristiana. Hemos de tener muy claro que el Evangelio de hoy Jesús nos habla que El es el Buen Pastor y del Pueblo de Dios en el que todos somos responsables, aunque de distinta manera. Recemos por lo tanto por las vocaciones, la laical, la religiosa, la clerical.

ESTUDIO BÍBLICO.

I Lectura: Hechos (4, 8-12): Jesús, piedra angular de la salvación de Dios
I.1. La lectura de Hechos, nos muestra la continuidad del discurso que Pedro ya había comenzado ante la gente, a causa de la curación de un tullido (c. 3). Ahora el testimonio es ante las autoridades judías que no pueden permitir que, en nombre de Dios, se hable de Jesús. Esa es la pregunta que les hacen a los apóstoles: ¿en nombre de quién? Se entiende que en nombre de Jesús, pero implícitamente es en nombre de Dios, que es quien ha resucitado a Jesús, que ellos habían condenado injustamente. La relación estrecha entre Jesús y su Dios es aquí el paradigma teológico sobre el que se construye nuestro texto. Las autoridades condenaron a Jesús para salvar el “honor” de su Dios… Pero la respuesta de Dios es radical contraria a los planes que ellos urdieron, por medio de la resurrección.

I.2. Debemos fijarnos en las veces que aparece el “nombre” (aunque se usa explícitamente Jesucristo el Nazareno) como elemento decisivo de lo que Pedro tiene que anunciar: el kerygma, es decir, la muerte y la resurrección de Jesús. Esto nos recuerda lo que Pablo nos transmite por medio del himno a los Filipenses: “un nombre sobre todo nombre” (Flp 2,9-10). Al nombre de Jesús… todo rodilla se doble. La insistencia sobre el nombre es sugerente. Sabemos que Jesús significa “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Por tanto, insistiendo en este discurso sobre “el nombre”, se está reivindicando al “condenado” por ellos, el “proscrito” con su juicio. Ahora es, a partir de la muerte y la resurrección de Jesús cuando el nombre de Jesús ejerce todo su quehacer dinámico, salvífico.

I.3. Dios lo ha convertido en piedra angular según la cita del Salmo 117. Así, pues, el discurso de Pedro ante las autoridades judías es una acusación a los “pastores” de ese pueblo que no han sabido o no han querido aceptar que en Jesús estaba el futuro de la salvación del pueblo. En realidad no han defendido el honor de Dios, sino que su culpabilidad clama al cielo. Los pastores que buscaban el celo de Dios han desechado la “piedra angular”. Es uno de los discurso más duros de los Hechos sobre los responsables judíos. No se trata, pues, de “antisemitismo”, sino de proclamar la verdad de lo que le sucedió con Jesús el Nazareno.

II Lectura: I Juan (3, 1-2): El amor que nos hace hijos de Dios

II.1. El texto de la carta de San Juan está en el ámbito auténtico de la teología joánica, con todas sus características: amor, hijos de Dios, conocer, el mundo, “ver a Dios”. La carta de Juan está cargada de todos esos términos que muestran una cosa clara: la comunidad joánica, cristiana, está enfrentada al mundo. Se han insinuado muchas cosas acerca de las influencias sobre este escrito. Se ha hablado del “círculo joánico” como un círculo selectivo, a semejanza con la comunidad de Qumrán. Pero no están claras estos ascendientes, ni se puede hablar de un mundo exactamente dualista: amor/odio; luz/tinieblas.

II.2. También podemos fijarnos en la correlación existente entre “amar” y “conocer” como si se quisiera decir que el conocer es lo mismo que amar en este caso. De alguna manera eso es verdad, pero no se trata de un conocimiento de tipo “gnóstico” como encontramos en los evangelios apócrifos de Tomás o el publicado ahora de Judas (algunos lo piensan), sino que hay que tener en cuenta el sentido profundo que el “conocer” tiene en la Biblia como “experiencia de amor”; es el amor el conocimiento más profundo.

II.3. En todo caso, lo más importante es que el Padre nos hace hijos, porque nos ama. Esta afirmación teológica encierra una densidad religiosa inigualable. Dios, el Dios de Jesús, el Dios del amor, no se guarda para sí lo divino. De hecho, se insinúa una promesa todavía más intensa cuando se dice que, en la “manifestación” de Dios, al final, o en el final de cada uno, todavía seremos algo más… Esta es la promesa de un Dios, Padre, que quiere compartir su vida con nosotros; no como los “dioses” de este mundo que no quieren compartir nada.

Evangelio: Juan (10,1-10). Yo he venido para que tengan vida en plenitud

III.1. El evangelio de Juan (10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático -al menos para los oyentes-, aunque es un texto bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las propuestas cristológicas de Juan. Esas afirmaciones, con toda su carga teológica, se expresan con el lenguaje de la revelación bíblica, con el «yo soy», que en el evangelio de Juan son de gran alcance teológico. Está construido, el conjunto, en dos momentos 1) vv. 1-5 sobre el buen pastor; 2) vv. 7-10 sobre Jesús como puerta.

III.2. En el AT Dios se reveló a Moisés con ese nombre enigmático de “Yhwh” (Yahvé) (el tetragrámaton divino) (algunos piensan que significa “yo soy el que soy”, aunque no está claro). Ahora, Jesús, el Señor, según lo entiende san Juan, no tiene recato en establecer la concreción de quién y de lo que siente. Y de la misma manera que se ha presentado en otros momentos como la verdad, la vida, la resurrección, la luz (cf. especialmente el discurso de revelación de Jn 14), ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya tradición veterotestamentaria es proverbial, como nos muestra el hermoso Salmo 23. Si en este salmo se dice que “el Señor es mi pastor, nada me falta”, ahora el evangelista hace que Jesús lleve a cumplir ese deseo del salmista. Jesús, pues, es el que trae lo que nos hace falta para la vida. El salmo 23 es un poema de confianza; por tanto, las palabras de revelación del evangelio de hoy hablan a favor de una revelación para la confianza de los que le oyen y le siguen.

III.3. La imagen segunda, de la puerta, es la imagen de la libertad y de la confianza también: no se entra por las azoteas, por las ventanas, a hurtadillas, a escondidas. Sin puerta no hay entradas ni salidas, ni caminos ni proyectos. En el Antiguo Testamento se habla de las puertas del templo: “¡Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor! Esta es la puerta del Señor: ¡los vencedores entrarán por ella!” (Sal 118,19-20). Las puertas del templo o de la ciudad eran ya el mismo conjunto del templo o de la ciudad santa (es una metonimia = la parte por el todo). Por eso dice el Sal 122,2: “ya están pisando nuestros pies tus puertas Jerusalén”; cf. Sal 87,1-2; 118,21; etc.). Pasar por la puerta era el ¡no va más! para los peregrinos. Ahora Jesús es como la nueva ciudad y el nuevo templo para encontrarse con Dios. Porque a eso iban los peregrinos a la ciudad santa, a encontrarse con Dios. Pero desde Jesús podremos encontrarnos con Dios escuchando su voz y viviendo su vida allá donde estemos.

III.4. Jesús en este evangelio se propone, según la teología joánica, como la persona en la que podemos confiar; por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta, quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia. No es una pretensión altisonante, aunque la afirmación cristológica de Juan sea fuerte. Eso no quita que debamos mantener un respeto y una comprensión para quien no quiera o no pueda entrar por esa puerta, Jesús, para encontrar a Dios. Nosotros, no obstante, los que nos fiamos de su palabra, sabemos que él nos otorga una confianza llena de vida.

III.5. Se habla de un “entrar y salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir. En Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable. Por la fórmula de revelación, del “yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa, para robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Jesús, puerta, “viene” para dar, para ofrecer la vida en plenitud (v. 10) (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).




domingo, 15 de abril de 2018

DOMINGO 3º DE PASCUA


“PAZ A USTEDES”

El impacto de Jesús resucitado en la vida de sus discípulos fue y es enorme. Su mensaje, su vida, muerte y resurrección son buena noticia. Cuando las comunidades se encuentran con la Palabra del evangelio, nacen y crecen en la fe, están introduciendo allí la felicidad y haciendo realidad el sueño de Dios.

También hoy necesitamos el encuentro personal con Jesús resucitado, una fe personalizada, poniendo nuestro corazón a su lado y fiándonos de él, dejando a un lado la pura religiosidad. Él nos regala interiormente su paz, su alegría, pues “por fuera” no hay pruebas su resurrección. Cuando nos acompaña su Palabra nuestro encuentro con los demás es constructor de acogida, fraternidad, solidaridad y perdón. Esto ni se improvisa ni se puede prestar, todo lo más, y es bueno, se puede compartir. No nos acercaremos a Jesús por mucho que nos digan, sino lo vivimos como algo nuestro. Ser cristiano no es vivir buscando espontáneamente una respuesta a las necesidades religiosas, como adeptos a una institución cumpliendo más o menos lo establecido, sino ser discípulos y seguidores de Jesús, que nos identificamos con su proyecto del reino. Ni es vivir la fe estructurada desde lo doctrinal, moral y sacramental, (fe de segunda mano) sino desde el encuentro personal con él. Necesitamos el encuentro con Jesús para purificar la fe cerrada, acabada, fanática; la fe infantil porque así se nos ha enseñado y basta; la fe que está de vuelta, pues ya nada tiene sentido, ni hay nada qué esperar; la fe vivida como una propiedad que tengo para siempre sin posibilidades ni de desarrollar, ni de cambiar.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

En esta denuncia, Pedro no se queda en mostrar lo que es evidentemente condenable: “mataron al autor de la vida”, sino que se extiende para buscar la inclusión de estos enemigos de la vida en la mesa del Señor. A ellos también llega el llamado de la salvación.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 3, 13-15. 17-19

En aquellos días, Pedro dijo al pueblo: “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer. Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados”.
Palabra de Dios.



Salmo 4, 2. 4. 7. 9

R. Muéstranos, Señor, la luz de tu rostro.

Respóndeme cuando te invoco, Dios, mi defensor, tú, que en la angustia me diste un desahogo: ten piedad de mí y escucha mi oración. R.

Sepan que el Señor hizo maravillas por su amigo: Él me escucha siempre que lo invoco. Hay muchos que preguntan: “¿Quién nos mostrará la felicidad, si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros?”. R.

Me acuesto en paz y en seguida me duermo, porque sólo tú, Señor, aseguras mi descanso. R.

II LECTURA

No hay pecado que Dios no pueda ni quiera perdonar. Solo hace falta el reconocimiento sincero y humilde y la decisión de comenzar de nuevo.

Lectura de la primera carta de san Juan 2, 1-5

Hijos míos, les he escrito estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo. Él es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos. El que dice: “Yo lo conozco”, y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Cf. Lc 24, 32

Aleluya. Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluya.

EVANGELIO

Jesús resucitado lleva en su cuerpo las marcas de todo el dolor por el que pasó. La resurrección no oculta la cruz, sino que muestra que el dolor no lo ha vencido, que la muerte no ganó. Recordar siempre esto resulta necesario para tener presente que en el camino humano se transita por momentos de dolor hasta llegar a la vida eterna.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 35-48

Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?”. Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El resucitado, compañero de camino

Así lo expresan los evangelistas, mostrando signos de identidad del resucitado en el camino humano. El quita el fantasma y la amenaza de la soledad, ampara el camino humano con acompañamiento, de otra manera se hace poco menos que imposible. Esta cualidad divina es la que Jesús resucitado actualiza constantemente en el mundo con dos signos en el evangelio de hoy y que como imágenes suyas que somos estamos capacitados para recrear. Son dos formas de decir cómo el Resucitado está en la vida.

Mostrando las llagas de sus manos, sus pies, su costado roto para indicar que Dios resucita a un crucificado. Quiere hacer entender que no hay que olvidar que el lado oscuro de la vida, la debilidad histórica, tiene futuro, tiene salidas hacia la plenitud y que más allá de esto y superándolo hay vida, hay resurrección.

El Padre ha resucitado a un crucificado y a los crucificados por su pobreza, por su pecado; es un Padre solidarizado con las víctimas, los perseguidos, los juzgados, maltratados, y un largo etc., que no tienen otro defensor. Así a la vez libera de la muerte a los más desdichados y vulnerables y está haciendo justicia, pues la última palabra no la tienen ni el verdugo, ni la violencia, sino las víctimas y el amor. Así reacciona ante lo que los hombres han hecho con su Hijo y se identifica con los sufridos y crucificados de hoy. Aunque parece que se calla ante los que penden de la cruz, termina manifestándonos que los sufrientes no están solos.

Come con sus discípulos un trozo de pescado asado. No se desentiende del camino humano, ni lo abandona, sigue apostando por él. Así comparte la necesidad del alimento, comiendo lo que ellos le ofrecen y tienen.

Jesús se “alimenta” con nuestros mismos peces, comparte nuestra vida y necesidades y él nos alimenta y acompaña “por dentro” en nuestras debilidades. La Pascua es tiempo de compartir la Palabra y el pan en la Eucaristía.

Fe en el resucitado

La fe en el resucitado no es automática, se desarrolla entre dudas e interrogantes. Cuando estamos crucificados, porque ha aparecido el lado oscuro de nuestra vida, los problemas nos asaltan, la dureza de una enfermedad, el contratiempo de la fraternidad, la comunión es poco menos que imposible superarlos, no es fácil ver la compañía del resucitado, no es fácil vivir la fe, reconocer a Jesús. La fe nace, crece desde la propia experiencia. En el evangelio, los de Emaús, contaban cómo lo reconocieron resucitado al partir el pan, pero la mayoría no sabe nada, hasta que lo experimentan y reconocen con el deseo de su paz. Se asustan, tienen miedo, le ven como un fantasma o no se lo creen por la alegría. Reconocer que el Dios de la vida es fiel y no abandona, “abrírseles el entendimiento” para comprender las Escrituras requiere encuentro, signos, tiempo, reflexión, mirar las llagas del resucitado, asimilar que en su cruz él clavó ya nuestro dolor y nuestros problemas y nos invita a mirar hacia arriba, no con la vista plana y entender que el aparente fracaso de la cruz es camino seguro de felicidad. Es el camino del Espíritu de Jesús. Solo la vida entregada por amor no muere con la muerte, perdura para siempre.

Hacerse testigos

Resucitados, testigos de su nombre, recordatorios de su amor, contagiados que no pueden parar de hablar, ni de acompañar por la nueva vida causada por su encuentro es ser cristianos. Es el tiempo para dar testimonio de cómo vive Jesús “dentro de nosotros”, no de lo que sabemos de él teóricamente como papagayos. Tiempo de ser maestros de vida, testigos de esperanza y del valor de lo humano, pues Jesús lo fecunda y hace fuerte. Nuestra vocación es vivir la resurrección en nuestra propia humanidad, en nuestra debilidad, construyendo fraternidad, solidaridad y acompañamiento como Jesús hizo desde la cruz.

La alegría a los discípulos no les dejaba creer. Aprender a ver todo lo positivo, tanto bien como hay a nuestro alrededor, tantas personas capaces de no pensar mal, capaces de hacer ante todo el bien, de descubrir la belleza que los rodea, son pruebas de las posibilidades que tenemos como hombres y mujeres para andar el camino de nuestra vida, resucitados.

Para acompañar hay que tocar, estar cerca y vivir como Jesús las distancias cortas del abrazo: con el “leproso” de hoy, sacando del pozo en sábado, cuestionando rigorismos y cumplimientos culpabilizantes, estando cerca de los hermanos más débiles.

ESTUDIO BÍBLICO.

I Lectura: Hechos (3,13-19): Anunciar que el crucificado vive, ¡sin miedo!

I.1. La primera lectura de hoy es el segundo discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, el segundo discurso kerigmático, después del de Pentecostés, porque «proclama» con claridad la fuerza del mensaje pascual: la muerte y resurrección de Jesús. La ocasión es la curación extraordinaria de un cojo, alguien que está impedido de andar, como si el evangelista Lucas, que tanto interés ha puesto en el camino, en el seguimiento, quisiera decirnos que la resurrección de Jesús hace posible que todas las imposibilidades (físicas, psíquicas y morales), no fueran impedimento alguno para seguir el camino nuevo que se estrena especialmente por la resurrección de Jesús.

I.2. Pedro, pues, el primero de los apóstoles, es el encargado de este tipo de discursos oficiales en Jerusalén para ir dejando constancia que ahora yo no tendrán miedo para seguir a Jesús, el crucificado, ni ante las autoridades judías, ni ante las autoridades romanas. Al contrario, deben anunciarlo ante el pueblo, para poner de manifiesto que ellos están por este crucificado que es capaz de dar un sentido nuevo a su existencia. Es un discurso en el que se pone de manifiesto que el Dios de los «padres», el Dios de la Alianza, el Dios de Israel, es el que hace eso, no otro dios cualquiera. Que si quieren ser fieles a las promesas de Dios, el único camino es el de Jesús muerto y resucitado.

II Lectura: 1Juan (2,1-5): La muerte redentora frente al mundo

II.1. La segunda lectura, al igual que el domingo pasado, insiste en los mandamientos de Jesús para vencer al pecado. La comunidad joánica se enfrenta con el “pecado del mundo”, le abruma, y el autor pone ante sus ojos la muerte redentora de Jesús como posibilidad excepcional de la victoria sobre el mismo.

II.2. Es verdad que no debemos entender la expiación de Jesús en un sentido jurídico, como una necesidad metafísica para que Dios se sienta satisfecho, ya que Dios no necesita la muerte de su Hijo. Pero su muerte es un sacrificio por nosotros, porque en ella está la fuerza que vence al mundo y el pecado del mundo, el pecado en el que se estructura la historia de la humanidad y que los cristianos deben vencer desde la fuerza de la muerte redentora de Jesús.

Evangelio: Lucas (24,35-48): Una nueva experiencia con el Resucitado

III.1. La lectura del texto lucano quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás), ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas de la presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con una fuerza irresistible. El relato de hoy es difícil, porque en él se trabaja con elementos dialécticos: Jesús no es un fantasma, enseña sus heridas, come con ellos... pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las puertas cerradas. Hay una apologética de la resurrección de Jesús: el resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma “corporeidad”. La resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.

III.2. Esta forma semiótica, simbólica, de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está vivo; las experiencias que tiene con los discípulos (aunque exageradas por la polémica apologética de que los cristianos habían inventado todo esto) les fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasía sobre la resurrección, sino para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y ahora les envía a salvar a todos los hombres.

III.3. No podemos olvidar que las apariciones pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades terrestres. Por lo mismo, la presentación de un relato tan “empirista” como este de Lucas requiere una verdadera interpretación. Lo divino, es verdad, puede acomodarse a las exigencias de la “corporeidad” histórica, y así lo experimentan los discípulos. Pero eso no significa que, de nuevo, el resucitado da un salto a esta vida o a esta historia. Si fuera así no podíamos estar hablando de “resurrección”, porque eso sería como traspasar los límites de la “carne y de la sangre”, que no pueden heredar el reino de Dios (cf 1Cor 15,50). Los hombres podemos aplicarle a lo divino nuestras preconcepciones antropológicas. Está claro que tuvieron experiencias reales, pero el resucitado no ha vuelto a la corporeidad de esta vida para ser visto por los suyos. El texto tiene mucho cuidado de decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene otra corporeidad; no la de un fantasma, sino la de quien está por encima de la “carne y la sangre”.

III.4. Hoy está planteado en el evangelio la realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran. Se hizo presente de otra manera y ellos lo experimentaron tal como eran ellos y tal como sentían. Esto es lo que pasa en estas experiencias extraordinarias en las que Dios interviene. Jesús no podía comer, porque un resucitado, si pudiera comer, no habría resucitado verdaderamente. Las comidas de las que se quiere hablar en nuestro texto hacen referencia a las comidas eucarísticas en las que recordando lo que Jesús había hecho con ellos, ahora notan su presencia nueva. En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de Jesús a sus discípulos no es material o física, sino que reclama una realidad nueva como expresión de la persona que tiene una vida nueva y que se relaciona, también, de forma nueva con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de Jesús con los suyos y de éstos con el resucitado es lo que merece la pena por encima de cualquier otra cosa. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).