domingo, 22 de marzo de 2015

DOMINGO 5° DE CUARESMA


“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.”
  
Desde que se inició el tiempo cuaresmal, y de la mano de la pedagogía de las lecturas del ciclo B, hemos sido conducidos por diversos escenarios emparentados con lugares especialmente significativos para la fe bíblica.

Todo comenzó en el desierto, lugar de la prueba y de la tentación. A continuación fuimos conducidos al monte de la Transfiguración para vivir una experiencia anticipada de la Pascua. El tercer domingo nos ubicó en el espacio espiritual de Israel sostenido por la Ley y por el Templo. El cuarto domingo centró la atención en la fiesta de la Pascua. Allí nos sitúa también este quinto domingo, subrayando así, mucho más nítidamente, la cercanía de nuestra propia celebración pascual de 2015.

Visto así, estos escenarios bíblicos (Desierto, Monte, Ley, Templo y Pascua) son hitos que dan qué pensar a los que ajustan su paso al ritmo de la liturgia cuaresmal dominical. Una clave se vislumbra en esta didáctica. Una clave que hace suya la palabra de Dios en este quinto domingo y que, además, sirve también para interpretar la Escritura: Desierto, Monte, Ley, Templo y Pascua se han de leer a la luz de Jesucristo. Dicho de manera comprensible y aplicada a los textos de este V Domingo: la Alianza y la misma Pascua adquieren en Jesús un significado nuevo; en Él se cumplen de una manera única y significativa; se trata, claro, del sentido cristiano que, como Iglesia, celebramos los seguidores de Jesús en este tiempo cuaresmal que ya está llegando a su término.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Si viviésemos en verdad la alianza del Señor, escucharíamos en nuestro interior su voz, su ley, su Palabra. Y eso mismo nos haría vivir de acuerdo con su voluntad.

Lectura del libro de Jeremías 31, 31-34

Llegarán los días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado.
Palabra de Dios.

Salmo 50, 3-4. 12-15

R. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro.

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! R.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu. R.

Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti. R.

II LECTURA

El autor de la carta a los Hebreos reconoce que Jesús atravesó por la escuela del dolor. Esto no porque el Padre fuese cruel con él, sino porque no le negó nada de la humanidad de la que es heredero. Jesús tuvo que aprender a sufrir, a darle sentido al dolor, a aceptarlo y encontrar en el mismo dolor el camino de sanación.

Lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9

Hermanos: Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.

Aclamación   Jn 12, 26

“El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor”, dice el Señor.

EVANGELIO

Jesús se siente trigo, se sabe pan, se reconoce alimento. Así le da sentido a su vida y a su muerte, porque en ambas situaciones se puede ser alimento para el mundo. Jesús murió como vivió: entregando su vida como pan.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 12, 20-33

Había unos griegos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua. Estos se acercaron a Felipe de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. La multitud, que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Tanto para el aprovechamiento espiritual de la Palabra de Dios de este V Domingo de cuaresma, como para la orientación de la predicación en torno a ella ofrecemos tres pautas íntimamente conectadas:

1.      La Pascua: la oferta salvífica definitiva y universal de Dios en Jesús
2.      El secreto del camino que conduce a la vida: la entrega, la donación de uno mismo
3.      Dios siempre cumple lo que promete

La Pascua: la oferta salvífica definitiva y universal de Dios en Jesús.

El Evangelio de Juan de este domingo (12, 20-33) ubica su narración en la celebración de la Fiesta de Pascua. La Pascua de los judíos, claro. Celebración que actualizaba la acción salvadora de Dios a favor de Israel. Se nos informa que mucha gente acude a participar en ella. Lo más interesante de esta información es que no sólo se hacen presentes judíos, también van a la misma “algunos gentiles” (o, quizás, “temerosos de Dios”). Este detalle es altamente significativo. Por tanto, la Pascua, la fiesta por excelencia del Pueblo de Israel, posee un valor desbordante. Se trata de una celebración trascendente que rompe fronteras. Su valor se universaliza. La salvación que en ella se celebra y se anuncia adquiere una dimensión más amplia, más ancha. Con todo, para ser veraces, hemos de advertir que, en el texto, esta perspectiva universal, en verdad, guarda relación directa con Jesús. Son los gentiles quienes, en el contexto pascual, quieren ver al hijo de María. La presencia de éstos en la pascua parece decantarse por el Maestro de Nazaret. La fiesta pascual, así, conduce hacia él de modo natural. De este modo, desde un contexto Pascual amplio se dibuja otro de mayor tamaño. Jesús es quien explica este fenómeno. Él es la nueva Pascua. Nuestro texto lo anuncia de forma velada hacia el final: “y cuando yo sea elevado atraeré a todos hacia mí”. Esta universalidad de la Pascua cristiana, no lo olvidemos, se emparenta con su sentido salvífico o soteriológico. Si la Pascua judía era ya expresión del amor de Dios que salva, la Pascua de Jesús es su expresión máxima.

El secreto del camino que conduce a la vida: la entrega, la donación de uno mismo.

Jesús es la nueva Pascua. Él aporta a la misma un valor salvífico universal. Con todo, las lecturas de este domingo, además, detallan con cierto detenimiento la manera, el modo, el camino por el que la Pascua de Jesús ofrece tal perspectiva. Lo hallamos, por ejemplo, cuando el evangelio nos habla de la “hora” de la glorificación de Jesús. Esta hora glorificadora se identifica con la pasión muerte y resurrección de Jesús (su singular Pascua). Pero en las lecturas de este domingo tiene unos matices muy concretos. La comparación con el grano de trigo es muy ilustrativa. Para dar vida, para que la vida sea verdaderamente fecunda, se ha de morir; hay que darlo todo por amor. Por eso, “el que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna”. Todo encaja desde esta óptica. No extrañe que Juan refiera en este momento la oración de Jesús en Getsemaní (“Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora”) con respuesta del Padre incluida. La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, insiste en este momento clave (5, 7-9). No se ha de olvidar que, desde el bautismo de Jesús, tal y como las tentaciones del Primer Domingo de Cuaresma recuerdan, el Hijo de Dios y el Mesías va a vivir su identidad, lo que es, ajustándose a la senda del Siervo de Yahveh. ¿Es posible hallar a Dios y su salvación en el camino del servicio, del desprendimiento más radical? En este domingo, una vez más, la cuaresma nos recuerda que el secreto del itinerario que conduce a la vida es la entrega, la donación generosa de uno mismo. Jesús así lo ha vivido y enseñado.

Dios siempre cumple lo que promete.

La última de las pautas que ofrecemos coincide con un esquema que recorre la historia de la salvación: Dios cumple lo que promete. Es una clave neurálgica de la comprensión de Dios. En nuestro V Domingo la encontramos en la relación que la liturgia de la Palabra establece entre la primera lectura y el texto evangélico. Jeremías (31, 31-34) anuncia para el porvenir el establecimiento de una nueva y definitiva. Sus características son: Dios mismo la escribirá en los corazones y la meterá en el pecho del pueblo, y será tan evidente que todos (la pauta de la universalidad de la Pascua y de la salvación) conocerán a Dios. El evangelio de Juan muestra el lado del cumplimiento de lo prometido. Jesús, en su persona, es la nueva y definitiva alianza. Y es verdad que, en él, la nueva ley está escrita en su corazón y en el desarrollo de su existencia gracias al Espíritu que lo unge y conduce. Y a través de Jesús, el Hijo de Dios encarnado, y por el Espíritu, esta nueva alianza nueva preside la vida de la Iglesia, de los discípulos. ¡Dios cumple siempre lo que promete!


ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios nos renueva

I.1. El texto de Jeremías está inserto en un bloque literario y teológico que se ha llamado el «libro de la consolación» (Jr 30-33); y concretamente el de nuestra lectura litúrgica es una de las afirmaciones más rotundas del AT sobre la necesidad de una alianza nueva. Jeremías fue un profeta que le tocó vivir la situación más dramática de su pueblo (los babilonios estaban a las puertas de Jerusalén para destruirla) y al que la vocación de ser profeta no le vino precisamente como anillo al dedo, sino que fue lo más contrario a su alma («no quería arrancar para plantar»). La lectura del profeta Jeremías, en estos términos, se muestra como si solamente se hubiera empeñado en «arrancar», pero no en «plantar». No obstante, este libro de la consolación es una llamada a la esperanza y nuestro texto el cenit teológico de esa esperanza contra toda esperanza. El texto de hoy viene a continuación de una llamada a la responsabilidad personal (Jr 31,29-30) para poner de manifiesto que aunque cambien las cosas Dios mantendrá su promesa de salvación.

I.2. Por tanto, Dios, a pesar de todo, no se echa atrás, sino que está dispuesto a poner la Alianza en el corazón de cada uno de nosotros; es una forma de comprometerse más profundamente en su proyecto de salvación. Es una llamada a la responsabilidad más personal, pero sin descartar el sentido comunitario de todo ello, porque todos los que sientan esa Alianza en su corazón, se sentirán del pueblo, de la comunidad del Dios vivo y verdadero. El problema de una alianza nueva podría parecer un atentado al “dogma” de la Alianza del Sinaí, donde Israel encontró su identidad. Pero ya se sabe que los dogmas los usan los poderosos para ocupar el lugar de Dios y para cosas peores. Al pueblo sencillo lo pueden engañar, pero a un profeta no, porque siempre está alerta a la voz de Dios. Por eso el profeta, con este mensaje, no solamente le concede a Dios toda su autonomía y libertad, sino que con ello defiende al pueblo para que también se sienta libre. La ley del corazón quiere decir que es una “ley humana” lo que Dios pide, humana y a la par con nuestras debilidades.

I.3. El profeta describe esta nueva situación como algo que antes ha echado muy en falta, un nuevo “conocimiento de Dios” (cf Jr 2,8; 4,22; 9,2), por tanto la nueva Alianza no estará en ritos y ceremonias o sacrificios nuevos, sino en una “experiencia” nueva de Dios: más humana, más entrañable y misericordiosa que se sienta en el corazón y que se exprese en la praxis de la justicia y la fraternidad con los que han sido ignorados. Poner en el corazón “leb” (en hebreo), tiene mucha entraña y radicalidad en los profetas; es lo que el cerebro para la antropología actual, porque todo se mueve desde ahí. Pero es más que el cerebro: tener corazón o no tenerlo, todos sabemos lo que significa al nivel más popular; a nivel bíblico es como tener espíritu, alma o no tenerla. La ley, sin alma, esclaviza; con alma libera. El profeta está hablando, pues, de una Alianza que estará plasmada en la experiencia más profunda y humana de Dios en cada uno de los suyos.

IIª Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo, sacerdote solidario de la humanidad

II.1. Nuestra lectura forma parte de una sección que, comenzando en Heb 4,15, nos muestra a Jesucristo como Sumo Sacerdote. Esta carta tan peculiar del Nuevo Testamento, que no es de San Pablo, aunque durante mucho tiempo se la atribuyó la tradición, nos ofrece en este caso una teología del papel de Jesucristo. El sacerdocio de Jesús, no obstante, tiene la innovación de no heredarse (como el de Melquisedec), sino que es nuevo, recién estrenado, capaz de conseguir gracia y salvación, para lo que el sacerdocio hereditario y ritual no era válido. Es el sacerdocio del Hijo de Dios, pero que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando, comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en contacto con nuestra debilidad, nos introduce en el misterio misericordioso y amoroso de Dios.

II.2. La figura del Melquisedec, pues, escogida como modelo para el sacerdocio de Cristo sirve para poner de manifiesto que Cristo es un sacerdote original: no se hereda, no se aprende el oficio y no se cansa de atender a los que lo necesitan. El autor construye una cristología del sacerdocio de Cristo con citas de los Salmos 2,7 y 110,4. No es alguien que busque lo propio, que se glorifique personalmente: está para los demás. Y lo más humano de todo: aprender a sufrir, como sufren los hombres. Es esto lo que lo hace digno de fe. La Pasión, de la cual está hablando, se entiende como una prueba de solidaridad con la humanidad. Así, pues, nuestro autor evoca la existencia humana de Jesús y nos da a comprender que esa existencia la pone al mismo nivel que los demás hombres, frágiles y abocados a la muerte. De ahí que se diga que aprendió a “obedecer” o la “obediencia”. Yo creo que quiere decir que aceptó, siendo perfecto moralmente, que debía ser sufriente, porque todos los hombres lo somos.

III.ª Evangelio (Juan 12,20-33): La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria

III.1. El texto de Juan nos ofrece hoy una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la «teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir, unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la hora de Jesús.

III.2. Efectivamente las palabras que podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado, el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.

III.3. Por tanto, era como si se Él esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga también esta misma disposición.

III.4. Los vv. 31-33 nos describen, con un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús; al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn 3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz, en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo, razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto. Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su verdad, hacia su vida nueva. (Fr. Miguel de Burgos Núñez O. P.).


domingo, 15 de marzo de 2015

DOMINGO 4° DE CUARESMA


Cuaresma es el “tiempo de la misericordia”. Unas semanas para caer en la cuenta de la realidad que continuamente origina y da sentido a nuestra existencia humana: el amor de Dios revelado en Jesucristo. No es una divinidad alejada o apática, inventada por nuestros miedos sino Dios con nosotros y falsas apoyaturas sino Dios-con nosotros- que nos ama incondicionalmente hasta la muerte de cruz y hasta vencer a la muerte en con nuestra humanidad.

En el primer domingo de cuaresma la liturgia celebró a Jesucristo como nuevo Adán, humanidad realizada en el paraíso: en convivencia pacífica con los demás vivientes, pero “servido por ángeles”, es decir en intimidad con el Creador que es “Abba”, ternura infinita.

En el segundo domingo la liturgia proclamó la fe de la comunidad cristiana que aún debe soportar los conflictos y crisis de la vida: Jesús tiene que enfrentarse con el sufrimiento y la muerte, los discípulos no lo entienden, “están dormidos”, pero en la transfiguración es confesado como el Hijo amado, con el vestido resplandeciente del Resucitado.

En el tercer domingo el gesto profético de Jesús echando fuera del templo a los vendedores del templo que, con su lógica mercantilista, prostituían el lugar de oración o atrio de los gentiles, sugirió que la liturgia cristiana no se reduce a prácticas religiosas sino que implica una conducta existencial para construir la fraternidad o reinado de Dios; un culto en espíritu y en verdad.

Y en esa misma línea la Palabra en este domingo 4º de cuaresma da un paso más: hacer la verdad de Dios y la verdad del ser humano en la verdad del mundo.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

El texto resume en pocas líneas lo que fue la caída y restauración de Jerusalén y del Templo. Después de la destrucción de la ciudad, la población fue deportada, hasta que Ciro autorizó el regreso y la reconstrucción. En todos esos acontecimientos, los dolorosos y los alegres, el pueblo debe encontrar la voluntad de Dios para cada momento.

Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23

Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio. Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada, y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta el advenimiento del reino persa. Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada por Jeremías: “La tierra descansó durante todo el tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años”. En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!”.
Palabra de Dios.

SALMO 136, 1-6

R. ¡Que no me olvide de ti, ciudad de Dios!

Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión. En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras. R.

Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: “¡Canten para nosotros un canto de Sión!”.R.

¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera? Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha. R.

Que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías. R.

II LECTURA

Dios “nos primereó”, como le gusta decir al papa Francisco. No esperó a que nosotros fuéramos santos para luego amarnos. “Cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados”, él se nos adelantó y nos amó primero. Así de importantes somos para él.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 2, 4-10

Hermanos: Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.
Palabra de Dios.

Aclamación Jn 3, 16
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga Vida eterna. 

EVANGELIO

 “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: ‘Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna’” (Benedicto XVI, Encíclica Dios es amor).

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 14-21

Dijo Jesús: "De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios".
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

La verdad de Dios: Primera lectura (segundo libro de las Crónicas 36. 14-16: 19-23)

Según la historia bíblica, los antiguos esclavos en Egipto entraron en la región de Canaán con la experiencia de Dios que, “movido a compasión”, intervino para liberarlos. Esa memoria les impulsó a combatir la idolatría o falsos dioses que amparaban y encubrían la codicia de los poderosos generando en aquellos pueblos cananeos la injusticia y explotación de los pobres. El monoteísmo surgió no como fruto de un discurso metafísico sino desde la experiencia en un Dios ético. Ello explica que, a la hora de organizarse dentro de la región, se repartirá la tierra según el número de miembros en cada tribu y no hubiera jefes ni reyes; la primera legislación de aquel pueblo buscaba una sociedad justa donde todos gozaran de los mismos derechos, y los pobres no quedasen abandonados. A pesar de los saludables avisos del profeta Samuel sobre los males acarreados por la monarquía, el pueblo hebreo influenciado por los otros pueblos quiso tener sus reyes. En efecto, con la monarquía vino la corrupción del poder, la invasión de de los caldeos, la destrucción del templo de Jerusalén la deportación de sus líderes al destierro. Pero llegó el imperio persa y su rey Ciro a quien “el Señor, rey de los cielos”, encarga edificar el templo de Jerusalén.

¿Cuál la lectura teológica de estos acontecimientos? Lo peculiar de la historia bíblica es la revelación de Dios, misterio inefable siempre mayor, es que acompaña siempre a los seres humanos y a la creación entera en su andadura por el tiempo. La verdad Dios en la Biblia es el amor fiel y estable, la compasión. Es alguien que no se impone nunca por la fuerza; que acompaña siempre con entrañas de misericordia; que no es hipócrita, que se mantiene fiel en el amor, que es digno de confianza. Dios expresa su verdad en acontecimientos y palabras. Su manifestación última en la historia es Jesucristo a quienes sus mismos adversarios reconocen: “Maestro, sabemos que eres veraz, que no temes a nadie, que no te fijas en el rango social y apariencia de las personas, sino que enseñas el camino de Dios en verdad” (Mc 12,14). En la convicción firme de que Dios es compasivo y protector de su pueblo, símbolo de toda la humanidad, está presente y activo en todos los momentos y en todas las situaciones de la vida humana, se comprende la interpretación teologal incluso de un mal como fue el destierro para que despertara el pueblo a su vocación original. La verdad de Dios se manifiesta no sólo en sus enviados o portavoces como son los jueces y profetas del pueblo hebreo. También, como es el caso de Ciro el emperador persa, en todos los seres humanos que se abren a esa presencia misericordiosa de Dios y son portadores de liberación para los otros.

José Saramago, premio nobel en literatura, escribió una breve novela “Ensayo sobre la Ceguera”, destacando que la cultura actual, va creando un modelo de persona, productora, consumidora y depredadora que se instala en la superficialidad. No tiene lesión fisiológica en los ojos, pero su mirada se pierde como en un mar de leche y está sufriendo “•una ceguera blanca” que le impide ver la realidad tal cual es. Pues bien, lo más real de la real de la realidad es la presencia de Dios, tantas veces ignorada. Una presencia de misericordia que a todo da vida y aliento. Y esa verdad de Dios está presente incluso en nuestros males y en los lados oscuros de nuestra existencia. Siempre como “Abba”, poder invencible que se manifiesta como misericordia. Es decisiva esta fe o experiencia, que Jesús de Nazaret plasmó de modo único en su conducta, y así es Primogénito de los creyentes. Escuchando lo que nos dice el papa Francisco en la exhortación “El gozo del Evangelio”, en este tiempo de Cuaresma vivamos el gozo de que la verdad de Dios “su ternura no se ha agotado, se renueva cada día”

La verdad del ser humano (Segunda lectura: de la Carta de la Carta a los Efesios, 2,4¬-10)

Por cultura entendemos un modo de interpretar y organizar la vida. En cada cultura hay unas creencias y unos criterios valorativos de las personas. En los inicios de la cultura moderna, la persona fue valorada por su mayoría de edad a la hora de tener juicios propios sin bajar la cabeza sin más ante lo que otros dicen. Ya es conocido el lema del pensador Descartes en el s. XVII: “pienso, luego existo”. Después, sobre todo en esa etapa de la modernidad incapaz de darse nombre y por llamada “postmodernidad”, se destaca más bien la dimensión afectiva: “amo, tengo fuertes sensaciones gratificantes, luego existo”. En una sociedad adiestrada para el consumo desenfrenado, el eslogan más o menos consciente sería “compro y gasto, luego existo”.

Según lo que dice esta segunda lectura de la misa, las personas valen y tienen una dignidad inviolable “por el gran amor con que Dios nos ama”, “por su bondad para nosotros en Cristo Jesús”. Bien podemos decir: “soy amado, luego existo; “el profundo estupor ante la dignidad del ser humano se llama evangelio”. No es sólo que seamos perdonados. Lo radical y primero en los seres humanos es el amor, el ser llamados y amados gratuitamente. Fue la experiencia que, siguiendo a Jesucristo, tan intensamente vivió Pablo de Tarso. Todos son gratuitamente llamados pues la voz de Dios que habla en el sagrario de su conciencia. Los cristianos hemos percibido esa voz en la conducta histórica de Jesús, y nuestra experiencia más original es que somos amados incondicionalmente, incluso cuando somos pecadores. Como dice el papa Francisco, aún en los momentos más oscuros y difíciles permanece “al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amados más allá de todo”.

Todos necesitamos ser amados y reconocidos. Cuando nadie nos ama, nuestra vida pierde sentido, y cuando ni siquiera nos amamos a nosotros mismos, parece que la vida hay no merece la pena. Hoy tenemos la facilidad de amontonar placeres de todo tipo, pero en medio de tantas oportunidades, la falta de sentido que de algún modo anime todos nuestros pasos, incluidos los duros trances de sufrimiento y de muerte, es el cáncer que nos está matando. Vivimos en una cultura des-animada.

Cuaresma es tiempo de conversión. Pero conversión ¿a quién o a qué? Jesús de Nazaret inicia su misión profética invitando: “convertíos porque ya está irrumpiendo el reino de Dios” (Mc 1,14-15). No es conversión a una divinidad ofendida por nuestros pecados, a fin de aplacar su ira para evitar el castigo que merecemos. Eso no es tan buena noticia. La predicación del Bautista era muy amenazante, y más aún la de algunos predicadores cuaresmeros que te metían el miedo en el cuerpo y enseguida ibas a confesar para evitar posibles represalias. Jesús más bien presenta la buena noticia: Dios está interviniendo ya como amor construyendo con y desde dentro de la humanidad esa sociedad fraterna, simbolizada en un banquete de bodas al que todos somos invitados para sentarnos a la mesa común de la creación como personas libres, y participar como hermanos y amigos en la alegría de la fiesta. La conversión cuaresmal no es por miedo al castigo. Es por haber descubierto un tesoro escondido, algo que nos hace felices, y para conseguirlo, “con alegría” empeñamos todos nuestros recursos para encontrar ese tesoro que nos hace felices.

El papa Francisco hace una sugerente observación: “Hay cristianos cuya opción parece la de una Cuaresma sin Pascua”. Ya filósofos del s. XIX se declararon ateos en buena parte porque los cristianos que creían en Dios, andaban por el mundo con la cara de poco redimidos. Si de verdad creemos que el amor incondicional de Dios en favor de la humanidad ha llegado hasta soportan la cruz donde ha vencido a la muerte ¿no deberemos vivir con profundo gozo nuestra conversión cuaresmal? Según el ritual antiguo en la imposición de la ceniza se decía: “recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. La fórmula está bien y es interpelante para denunciar nuestras muchas vanidades, pero más que buena noticia, es constatación de las limitaciones que todos experimentamos. Según el ritual renovado, ahora se dice: “convertíos y creed en el evangelio”. La verdadera conversión o fe cristiana es abrirse con amor a la buena noticia de Jesucristo: Dios nos ama gratuitamente a todos sin discriminaciones. Cuando nos hacemos permeables a ese amor de Dios encarnado en la conducta histórica de Jesús, estamos en camino de la verdadera conversión cristiana.

En este tiempo de cuaresma somos invitados a vivir la verdad del ser humano y nuestra propia verdad con “la certeza personal” de que todas las personas, incluidos nosotros mismos, estamos sostenidos y afirmados “por una amor más allá de todo”. En consecuencia, no sólo somos amados y llamados cada uno en particular. Jesús llamó “a los que quiso para que estuvieran con él y pare enviarles a evangelizar” (Mc 3,14). Luego los cristianos somos llamados y convocados. No hay vocación cristiana sin convocación. Y si realmente creemos que Jesucristo es Palabra que ilumina a todas las personas, el bautizado tiene una vocación católica. Se siente convocado con todos los hombres y mujeres de buena voluntad y sincero corazón. No hay nada más opuesto a la vocación cristiana que el espíritu sectario.

Cuaresma es el tiempo de la misericordia. Para celebrar y dejarnos transformar por la misericordia de Dios, siendo compasivos y misericordiosos con todos los seres humanos y con toda la creación que continuamente brotan y se mantienen por esa misericordia. Como dice la segunda lectura de hoy “todos somos obra suya”. En una sociedad cada vez más agresiva y en una economía individualista deformada por la fiebre posesiva en todos los ámbitos se ha puesto la lógica de la comercialización, la comunidad cristiana debe actuar con entrañas de misericordia escuchando, dejándose convertir, por la invitación de Jesucristo: “dadles vosotros de comer”. Ofreced de modo creíble una conducta de la misericordia que se hace compasión eficaz ante las víctimas y compromiso con la justicia en situaciones de injusticia. En cuaresma tenemos la oportunidad de convertirnos. De interpretar y organizar nuestra existencia como servicio a la verdad o dignidad del ser humano, y de así vivir nuestra propia verdad. De tener como criterios: compartir en vez de acaparar, valorar a las personas polo lo que son y no por lo que aparentan o económicamente aportan; de ejercer el poder momo servicio a los demás y no como medio para asegurarnos sólo nosotros y nuestro gripo; para ser solidarios y no individualistas en la organización social. Por ahí tiene que ir la conversión en cuaresma.

En la verdad del mundo (Evangelio 3,14-21: encuentro de Jesús con Nicodemo)

El encuentro de Jesús con Nicodemo, es la confrontación de la verdad de Dios y la verdad del ser humano, con la verdad o realidad del mundo aquí representada por el rabinismo infectado de hipocresías o apariencias.
En sus escritos el cuarto evangelista presenta dos dimensiones reales en la verdad del mundo. Por una parte una dimensión positiva: “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito” (Jn 3,16). Es decir, tanto ama Dios a este mundo que continua y gratuitamente se está autocomunicando “como amigo” (Vaticano II). Por tanto cabe una mirada de simpatía y de amor al mundo. Pero también destaca otra dimensión negativa: “no améis al mundo ni lo que hay en el mundo- la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas-no viene de Dios sino del mundo” (1 Jn , 2,15-16). Esta es la verdad o realidad del mundo.

Nicodemo está viviendo esta verdad del mundo. Por una parte vive de miedos al qué dirán, de apariencias. Por eso se acerca a Jesús “de noche”, para que no le vean. Por otra parte siente atracción por el evangelio de Jesús en quien vislumbraba la presencia de Dios ¿Cómo hacer la verdad de Dios misericordia entrañable y la verdad del ser humano inseparable de Dios, en la verdad o ambigüedad de este mundo?

Jesús habla de un nuevo nacimiento en el Espíritu. El verbo griego empleado significa “nace de nuevo” y “nacer de arriba”. Un nuevo nacimiento para entrar “en el reino de los cielos”. La expresión es de los evangelios sinópticos y concretamente del evangelista Mateo. Nicodemo representa al rabinismo cerrado en sí mismo, integrado por ciegos que aparentar ser los únicos que ven. Lo explicita bien el relato sobre la curación del ciego de nacimiento (Jn c.9). Esos rabinos –cuando Juan escribe su evangelio son los fariseos- se creen dueños de la verdad e impiden que el ciego vea, es decir que sea él mismo. En ese mundo de la hipocresía y del poderío, Jesús curando al ciego de nacimiento, defiende la verdad del ser humano, su vocación creacional; es significativo el gesto de amasar un poco de barro con saliva para curar al ciego evocando lo que cuenta el relato bíblico sobre la creación del ser humano: “he venido a este mundo para que los que no ven vean” (Jn 9,39).

Y Jesús acentúa la dimensión positiva del mundo: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tenga vida eterna”. Según esta revelación debe cambiar nuestra forma de mirar al mundo. Está sostenido y arropado por el amor de Dios ¿por qué vamos a condenarlo sin más? El Vaticano II ratificó la alianza y la solidaridad de la Iglesia con el mundo. Y en la clausura del concilio habló de la actitud samaritana de la respecto al mundo contemporáneo.

Pero la Palabra que es luz y a todos los seres humano ilumina, no es recibida por todos los seres sino frecuentemente rechazada. Fue la conducta de aquel rabinismo cerrado que rechazó la luz del evangelio: “vino a los suyos pero los suyos no lo recibieron”. Y aquí tenemos también la verdad del mundo, su lado sombrío, generado por la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del prepotente que cada uno llevamos dentro. ¿Cómo hacer la verdad de Dios y la verdad del ser humano en esta verdad ambigua del mundo?

“El que cree en mi no será condenado; el que no cree ya está condenado”. La fe no es sólo admitir verdades formuladas con autoridad por otros. Es ante todo y sobre todo apertura incondicional de la persona a esa presencia del “Abba” revelado en Jesucristo. Un acto complejo que implica sintonía espiritual profunda, confianza gozosa y sumisión. Sobre todo en el cuarto evangelio, creer es consentir con todo lo somos hacemos a Jesucristo, en quien la humanidad se ha hecho totalmente permeable a la presencia de Dios que es amor y no sabe más que amar.

“El que hace la verdad llega a la luz”. No se trata de ortodoxias: formular y aceptar verdades formuladas. Se trata de hacer la verdad de Dios y la verdad del ser humano en la verdad del mundo. El cristianismo es una práctica, un estilo nuevo de vivir, re-crear y actualizar en nuestra propia historia la conducta histórica de Jesús, “el que hace la verdad”. Es decir el que cada día se empeña en escuchar y poner en práctica lo que el Espíritu le sugiere en su conciencia mirando a la conducta de Jesús.

El evangelio de San Juan relatando el encuentro de Nicodemo con Jesús habla del nacimiento “del agua y del Espíritu” aludiendo al sacramento del bautismo. Se trata de un punto de partida pues toda la vida cristiana es bautismal. Necesitamos renovar cada día nuestro bautismo, nacimiento del Espíritu, memoria de Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por las fuerzas malignas. La fe cristiana no existe en abstracto sino en los creyentes que caminamos en el tiempo y cada día tenemos que renovar nuestra vocación bautismal. Pero el Espíritu actúa también en todas las personas que se dejan alcanzar por su luz, muchos que no son cristianos, tienen otras creencias religiosas, o no tienen ninguna religión. En el sagrario de su conciencia, trabajada por el Espíritu, son invitados a este nuevo nacimiento.

Cuando los cristianos con todas las personas de buena voluntad que actúan según su recta conciencia, tratamos de hacer la verdad, se está fraguando ya en nuestro mundo “la vida eterna”. No es sólo para después de la muerte. La vida que nace del Espíritu es una nueva forma de vivir que significa intimidad con Dios, apasionamiento por la fraternidad, compasión eficaz ante las víctimas. Una vida inspirada y tejida en el amor que es más fuerte que la muerte: “Yo soy la resurrección; el que cree en mí aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,26).


ESTUDIO BÍBLICO

Primera lectura: Segundo libro de las Crónicas 36,14 16.
Marco: Situación de Israel (Judá) al final de la monarquía. Se trata de un conjunto que es descrito más detalladamente en 2Re 23,31 25,30. El historiador Cronista pasa así rápidamente sobre el período sombrío que corre entre la reforma religiosa de Josías (muerto el 609 a.C.) y la restauración nacional y religiosa de la vuelta del exilio de Babilonia.
Reflexiones:
1ª) ¡Multiplicaron sus infidelidades!
En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres
abominables de los gentiles. La historia de la salvación se podría definir como el encuentro de un pueblo que no acertaba a ser fiel y un Dios que no dejaba de serlo nunca. Es la característica fundamental de la religión revelada: que es histórica, real y crudamente humana. La grandeza de Dios en su pedagogía fue el intento repetido y mantenido por llevar a su pueblo a la salvación; a la experiencia de su amor generoso; a su designio de devolverle su dignidad de hombre. Este fragmento del Libro de las Crónicas no puede ser más escueto y revelador de la situación a que llegó Israel seis siglos después de la liberación de Egipto, tejidos por las dificultades de un pueblo para entender a su Dios y Soberano que se comprometió con él en un solemne pacto de superior a inferior (que eso fue la alianza del Sinaí) y que no ha recibido la contrapartida de la respuesta del hombre necesaria para que se lograse su proyecto en él. Estos textos siguen iluminando nuestra propia historia personal y eclesial. Seguimos en camino, seguimos en el empeño de Dios y seguimos contando con hombres envueltos en debilidades.
2ª) ¡La fidelidad de Dios a su palabra!
El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero Dios Fiel, en atención a los padres (Abraham, Isaac y Jacob) sigue empeñado en su oferta. Y este proyecto de Dios se traduce en que nunca faltaron a Israel mensajeros suyos que les recordasen las cláusulas de la Alianza. Porque esa fue la misión principal de los profetas: dirigirse a los hombres de su tiempo para intentar que sus vidas se adaptasen a las exigencias de la alianza. Este era el único camino que conducía a la salvación. Por eso los profetas representaron lo mejor de las intervenciones de Dios. Hablaban para los hombres de su tiempo: denunciaban exhortaban, alertaban. Eran como vigías en la noche. El futuro sólo sería posible si se daba una mirada auténtica al pasado de los padres y del Sinaí donde se hizo particularmente presente su Dios y Soberano. Era necesario volver a la roca de donde habían sido tallados.
Segunda lectura: Efesios 2,4 10.
Marco: La carta a los Efesios tiene dos partes o centros de interés más sobresalientes: el misterio de la salvación y de la Iglesia (1 3) y una exhortación a la unidad y a una vida coherente con la fe (4 6). El fragmento pertenece a la primera parte. Y, más en concreto, se afirma que la salvación por Cristo es totalmente gratuita y cuyo resultado el derribo de todas las fronteras que dividen a los judíos de los gentiles haciendo un sólo pueblo nuevo.
Reflexiones:
1ª) ¡Amor y misericordia desbordantes de Dios!.
Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó: estando nosotros muertos por el pecado, nos ha hecho vivir con Cristo (por pura gracia estáis salvados). Sólo puede comprender a Dios realmente el que se encuentra con su misericordia. Una misericordia que tiene dos vertientes ya indicadas en el Antiguo Testamento. Para expresar a Dios movido por su misericordia, el hebreo utiliza dos expresiones complementarias: janun y rajum. Dios es misericordioso (janún) cuando se acerca al hombre para perdonarlo, para romper la barrera que le impide acercarse a su Padre. El Dios que perdona lo hace porque sabe de qué masa hemos sido formados. Pero Dios es también misericordioso (rajum) cuando se acera a los hombres con ternísimo afecto, conmovido en sus entrañas como una madre auténtica. Lo que mejor expresa esta actitud de Dios lo encontramos en dos escenas de la Escritura: la primera, Oseas 11: Cuando Israel era niño, yo le amé...Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos...Era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer (Os 11,1.3.4). Y la otra escena nos la narra Lucas (el hijo pródigo): Estando él todavía lejos, le vio su padre y,conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente (Lc 15,20). ¡Dios es así! ¿Queréis reprocharle su conducta, preguntaba Jesús a los escribas y fariseos que criticaban su comportamiento con los pecadores? ¡Dios es lo totalmente otro, el que nos desborda, el que nos supera, el que nos desconcierta y rompe nuestras categorías superándolas!
2ª) Compartiendo profundamente el mismo destino.
Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia. Pablo se ve obligado a inventar expresiones griegas (verbos compuestos que no existían, vg. conresucitar y cosentarse) porque la profunda realidad de lo que Cristo ofrece al hombre no se podía expresar de otra manera. La realidad rompía los límites de un lenguaje correcto. Lo acontecido en Cristo en favor de los hombres desbordaba por todas partes. Por eso recurrió a una nueva formulación. Lo totalmente nuevo exige un lenguaje distinto, porque en cierto modo es inefable (no fácil de decir y expresar). Volver la mirada constantemente a la profunda novedad que es Cristo, para el hombre concreto e histórico. Hoy como ayer es necesario ahondar en esta realidad humanizadora del hombre en su profunda dignidad humana y en su profunda necesidad de restaurarla y recuperarla.
3ª) ¡Nadie puede presumir ni despreciar a su semejante!
Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Ya el comportamiento histórico de Jesús fue desconcertante. Provocó, la "comensalidad abierta", la igualdad de todos en el reino de Dios y en la sociedad actual. Aquello provocó el escándalo, el estupor y finalmente la persecución. Los dones de la gracia son sustancialmente los mismos para todos. Sólo nos diferenciamos, en la familia de Dios, por los dones carismáticos que se nos conceden para servir a los demás. Lo que nos constituye en hijos de Dios y hermanos unos de otros son dones comunes e iguales para todos. ¡Otra cosa sería la Iglesia, sacramento de salvación para todo el mundo, si estas verdades básicas e irrenunciables se hicieran realidad! ¡Cuántas diferencias creamos sin fundamento! Todos somos iguales, porque nos ha igualado y hermanado el propio Jesús.
Tercera lectura: Jn 3,14-21.
Nota: este evangelio puede sustituirse por el correspondiente del ciclo A: Jn 9,1-41.
Marco: Jn 9-10 constituye el quinto episodio o escena del relato joánico, con un único tema central: Jesús es la luz del mundo. Y como todos los episodios se construye con un signo y discursos que desarrollan lo apuntado en el signo. El signo milagroso es la curación de un ciego de nacimiento. El discurso se compone de una serie de pequeñas unidades que desarrollan el tema.
Reflexiones.
1ª) ¿Por qué ha nacido ciego?
El signo milagroso es la curación de un ciego de nacimiento. El relato, sobrio pero denso, arranca con esta pregunta planteada por los discípulos a Jesús: "Maestro ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?" En la tradición bíblica se suponía con toda normalidad que la enfermedad era el resultado de un pecado. Pero es un ciego de nacimiento, de ahí la pregunta. Para nuestra sensibilidad y cultura nos extraña la primera parte de la pregunta. Si es ciego de nacimiento, ¿pudo tener responsabilidad personal? Sorprendentemente los rabinos enseñaban en tiempos de Jesús que también en el seno de la madre podía pecar alguien. Aunque incomprensible, es necesario contar con este dato para entender correctamente la pregunta. Jesús corrige la tradición judía de enfermedad como efecto de un pecado. Este caso es una oportunidad para manifestar las obras de Dios. Se lavó en Siloé (que significa Enviado) y recobró la vista.

2ª) ¿Es justo y se atreve a quebrantar el sábado?
Jesús ha realizado este milagro en día de sábado. Surge una dura discusión y enfrentamiento entre los judíos (fariseos) y Jesús, pero a través del ciego de nacimiento. En un estilo hondamente dramático se plantean varios problemas: ¿cómo es posible que un hombre de Dios quebrante el descanso sabático? En los diálogos se plantean algunos interrogantes: ¿Es verdad que este hombre era ciego? ¿es verdad que se ha realizado el milagro?
El ciego es acosado una y otra vez, incluso el recurso a sus padres, para asegurarse del hecho. El ciego responde una y otra vez que él era ciego y ahora ve. El no entiende demasiado los sutiles planteamientos de los juristas judíos. Pero él parte de algo irrefutable: era ciego y ahora ve.

3ª) El ciego curado es el creyente en Jesús.
Es texto es claramente bautismal. La fórmula "abrir los ojos" se utiliza siete veces. El autor joánico quiere expresar que el ciego está "totalmente" curado. La séptima vez (9,32) refleja los tres temas: ceguera, totalidad y pecado están estrechamente unidos. En ese caso la totalidad significa lo siguiente: que el ciego recobra la vista, que es purificado también de su pecado. Está ya presto para recibir la iluminación de la fe en Jesús, Hijo del hombre (9,35-37). La misma problemática era ya reconocida a propósito del relato de la curación del enfermo en la piscina de Betzatá (Jn 5).

4ª) El camino pedagógico de la fe.
En la perspectiva de esta interpretación bautismal, parece que el autor evoca las diferentes etapas de la fe de todo neófito: (a) el primer título que el antiguo ciego da a su bienhechor es puramente humano: "ése hombre llamado Jesús" (v.11). (b) El antiguo ciego confiesa inconscientemente una total ignorancia del misterio que rodea a aquel que llama salvándole; la reflexión suscitada por las dudas de los fariseos (9,16) le introduce en una luz más clara y reconoce que Jesús es "un profeta" (9,17); (c) poco más tarde se concreta más: Jesús "viene de parte de Dios" (9,33), expresión ambigua que puede significar o que Jesús ha sido enviado por Dios, como todo profeta, o más profundamente que tiene origen celeste; (d) al término de su formación simbolizada por la controversia, el neófito está preparado, en el último encuentro con aquel que busca, reconociéndolo como "el Hijo del hombre", como Aquél que viene del cielo (9,35; cf.3,13); (e) finalmente, se recoge la meta de su proceso de fe: "Creo, Señor. Y le adoró". (Fr. Gerardo Sánchez Mielgo O.P.).





domingo, 8 de marzo de 2015

DOMINGO 3° DE CUARESMA


“Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré”

Entre las categorías que utiliza la Teoría del Arte existe una de particular interés, la categoría de lo sublime. Esta categoría trata de aprehender en un mismo término la idea de lo excelso inexpresable y lo terrible nefando, captando la experiencia de que, en su extremo, lo mejor y lo peor se tocan formado dos caras de una misma realidad. Así, en lo sublime, entre la suma belleza y la suma fealdad, entre el sumo bien y el sumo mal, no hay apenas salto.

La religión es lo sublime por excelencia: recoge y expresa en sí lo más excelso de la experiencia del hombre (la experiencia de lo divino); pero también puede recoger la perversión mayor de esa experiencia, sin apenas apercibirlo.

Guiados por el evangelio de hoy, el periodo cuaresmal puede ser un momento adecuado para hacer un discernimiento personal y comunitario acerca de la misma religión.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El decálogo comienza afirmando quién es Dios: El que te hizo “salir de Egipto, de un lugar de esclavitud”. Todos los mandamientos que siguen son consecuencia de este primero. Dios nos quiere libres y felices. Las normas básicas que nos da para lograrlo están orientadas a procurar la vida de todos los miembros de la comunidad.

Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17

Dios pronunció estas palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos. No pronunciarás en vano el Nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano. Acuérdate del día sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. En él no harán ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que reside en tus ciudades. Porque en seis días, el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo. Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo: No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca”.
Palabra de Dios.

Salmo 18, 8-11

R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. R.

Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos. R.

La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. R.

Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. R.
  
II LECTURA

En Cristo, Dios se ha hecho débil, terrenal, limitado. Y en esta solidaridad con toda la pobreza humana, puso el inicio de nuestra redención. Esta es la locura de Dios: amarnos tanto como para llegar a hacerse semejante a nosotros.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 22-25

Hermanos: Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.
Palabra de Dios.

Aclamación   Jn 3, 16
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga Vida eterna.

EVANGELIO

Los hebreos pensaban que el templo de Jerusalén era el lugar donde moraba la gloria de Dios. Jesús trae la plenitud a este “morar de Dios” en medio de la humanidad. Reconocer a Jesús como el enviado es descubrir en él la presencia amorosa de Dios. No hay que buscar a Dios en lo externo. Jesús hace presente en nuestra vida al Dios liberador que quiere morar en medio de nosotros.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 2, 13-25

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: “El celo por tu Casa me consume”. Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”. Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: Él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

Si la Cuaresma era en su origen un tiempo de preparación previa al bautismo de los nuevos convertidos al cristianismo, ¿qué sentido tiene que la repitamos todos los años los que ya hemos sido bautizados? ¿Tal vez no nos descubrimos convertidos, pues todos los años nos repetimos la necesidad de conversión? ¿Esperamos, pues, que acontezca algún signo especial en nuestras vidas que nos dé señales fehacientes de haber alcanzado la conversión? ¿O tal vez, esperamos experimentar una conversión milagrosa?

Por otro lado, se nos recuerda que la conversión cuaresmal involucra una serie de actitudes y acciones voluntaristas de la persona – las condensamos típicamente en oración, abstinencia, limosna-, que parecen necesitar de una continua justificación y atribución de sentido en la vida cristiana; de ahí, que habitualmente recurramos a argumentos de universalidad basados en la sabiduría natural del hombre (el ayuno ha probado ser una acción saludable para regenerar el cuerpo y liberar el espíritu, la oración es un efectivo medio de encontrarse a uno mismo y favorecer una vida psicológica sana, la abstinencia se actualiza a todo tipo de dependencias viciosas – consumismo, tecnología, ….-, etc.).

Ni signos (milagros traduce la lectura litúrgica la palabra griega semeion) ni sabiduría humana (nos responde Pablo), la conversión cristiana no puede apoyarse ni buscarse en signos extraordinarios en nuestra vida, ni tampoco en el voluntarismo del hombre: tanto lo uno como lo otro se pierde en la interpretación de la ambigüedad que los caracteriza, y en la conversión cristiana no cabe ambigüedad (“muchos creyeron al ver los signos que realizaba, pero Jesús no se fiaba de ellos”).

El pueblo de la Alianza expresaba sin ambages la conversión en el cumplimiento del pacto del Sinaí, objetivado en la Ley, condesada, a su vez, en el Decálogo. ¿Es el Decálogo signo de Dios o sabiduría humana? El Decálogo – como todo Código – es expresión de la sabiduría humana fundada en la experiencia y deseo de la misma existencia y convivencia entre los hombres, pero existencia y convivencia que se descubre posible sólo fundamentada en la misma sabiduría y voluntad de Dios, que quiere que su pueblo viva. “¿Qué signo nos das para obrar así?”, ¿qué signo nos das de que quieres nuestra vida?; ¿qué signo nos das para que seamos tu pueblo? Y Yahvé da un signo, el signo: “Yo te hice salir de la esclavitud”. Ese será para siempre el signo de Dios. El signo de Dios es liberar de toda esclavitud.

Dos formas son la expresión extrema de la esclavitud, de las que sólo Dios mismo puede liberar: la que la persona ejerce sobre sí misma y la que se ejerce en nombre de Dios mismo. Son las máximas expresiones porque ante ellas el hombre está ciego, es incapaz de verlas. El evangelio de hoy nos muestra que ambas se pueden dar unidas en la relación del hombre con Dios: el que el mismo hombre puede encadenarse a sí mismo a través de las estructuras religiosas que ha creado para mediar su relación con Dios. De esta forma, el signo mismo de Dios hacia el hombre – la liberación de la esclavitud – queda pervertido, y con ello, el mismo sentido de la religión: la relación de Dios con el hombre. El vínculo cultual – la mediación entre Dios y el hombre– ha devenido cadena. El culto ha encadenado al hombre en su relación con Dios, porque ha suplantado y desvirtuado la vía experiencial de acceso del hombre a Dios (y de Dios al hombre -“sabe lo que hay en el interior del hombre”-), sin la cual el culto carece de espíritu.

Hombre como es - al declararse a sí mismo estructura fundamental de la mediación de Dios con los hombres - Jesús sanea esa relación, y lo hace bajo el signo mismo de Dios: la liberación de aquello que ha quedado encadenado. Así, al ofrecer su humanidad al sacrificio (“Cristo crucificado”), destruye la atadura cultual liberando ambos extremos: de un lado, al hombre; de otro lado, a Dios mismo. Al destruir la carne humana (“este templo”) en el sacrificio cultual ha liberado el espíritu del hombre para que pueda adorar a Dios en espíritu y verdad. Al destruir el Templo de piedra (“la casa de mi Padre”), ha liberado el Espíritu para que pueda ser adorado en espíritu y verdad.

Jesús ha liberado a Dios mismo para que Dios pueda liberar al hombre; Jesús ha liberado al hombre para que el hombre pueda salir al desierto a adorar a su Dios.

¿Buscas signos de tu conversión? Mira si eres libre de ti mismo; mira si dejas libre a tu Dios; mira si dejas a Dios liberarte. Para ser libres nos liberó Jesucristo; también, de la misma religión.


ESTUDIO BÍBLICO

La religión verdadera es dar la vida por los otros

1ª Lectura: Éxodo (20,1-17): Dios y el hombre se encuentran en la Alianza

I.1. La primera lectura es el famoso Decálogo, corazón de un «código de la alianza» que ha venido a ser la expresión más definida de la teología sacerdotal (a diferencia del Decálogo de Dt 5,6-21) y que ha jugado un papel considerable en la evolución ética de la humanidad. Aún expresado en forma negativa y absoluta, tiene unos objetivos bien determinados: proteger a la comunidad, al pueblo de la Alianza, para darle una identidad y que no vuelvan a la esclavitud. Es eso lo que le espera al pueblo si adoran a otros dioses extraños ya que todos los imperios tenían sus dioses protectores y los dominadores los imponían como signo de victoria.

I.2. Pero, además, es un código en diez Palabras que expresa una relación dialogal, interpersonal. El Decálogo intenta expresar unos derechos fundamentales, como hoy defendemos en el ámbito de la comunidad internacional. Por ello debemos valorarlo como una propuesta, en aquella época, que se adelanta siglos y siglos a muchas conquistas humanas de nuestra época. Pretende que las relaciones entre Dios y el hombre, y la de los hombres entre sí, estén dominadas por la adoración y la religión verdadera, la justicia, en cuanto todo pecado contra el prójimo es un pecado contra Dios. Es verdad que el decálogo es como un “escudo” que protege la santidad de Dios, pero también la dignidad de todos los hombres, del prójimo en concreto.

I.3. Detrás de estas expresiones formuladas en esa teología sacerdotal, debemos ver la acción del Dios salvador que ha hecho alianza con el pueblo. Éste, por su parte, debe ser no solamente un buen intermediario, sino un verdadero misionero de este proyecto salvador de Dios. Se ha dicho que en el fondo de todo debemos saber ver la gratitud de Dios. Antes, pues, de que la humanidad se haya dotado de los derechos fundamentales, estos intentos del “decálogo” muestran el anhelo de Israel por ser un pueblo fiel, un pueblo justo, aunque dependiente de Dios. Pero es que en Dios está la fuente de toda la justicia y dignidad humana, según la mejor teología bíblica.

2ª Lectura: Iª Corintios (1,22-25): Dios habla desde la sabiduría de la cruz

II.1 La segunda lectura nos propone la sabiduría de la cruz. Es un pasaje de la carta en donde Pablo afronta el problema de la división de la comunidad en distintas facciones que se remiten a personajes del cristianismo primitivo; unos a Pablo, otros a Pedro, otros a Apolo; e incluso otros (muy probablemente el mismo Pablo) a Cristo como el único que puede dar consistencia a nuestra fe. El texto de hoy forma parte de un gran conjunto (1Cor 1-4) que el apóstol afronta por informaciones de las “gentes de Cloe”, quizás una de las comunidades domésticas. Y en vez de una reprimenda moralizante y sin sentido propone, para la unidad y la comunión de la comunidad, que “crux sola nostra theologia”, como decía Lutero. En la cruz, las divisiones, los partidos, los grupos de élite de una comunidad, quedan a la altura de nuestras propias miserias.

II.2. Pablo habla del Cristo crucificado frente al que no caben las divisiones, el valer más o menos, el ser los primeros o los últimos, porque en la cruz de Cristo se revela el Dios que se ha “abajado” a nosotros. Ese Cristo crucificado, revelación del verdadero Dios, es locura para los judíos que siempre conciben a Dios desde la grandeza; locura para la sabiduría de este mundo que es también una sabiduría de prepotencia inaudita. La religión de la cruz, no obstante, no es la religión de la ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y con los que no cuentan en este mundo. Aunque algunos hayan tachado este planteamiento paulino como la decadencia de la sociedad (Nietzsche) , ése es el único camino donde podemos reconocer a nuestro Salvador. Con un estilo retórico, usando la “diatriba” de una forma clásica, pregunta Pablo con insistencia si los sabios, los entendidos, los investigadores pueden ofrecer el sentido profundo y radical de nuestra vida. Porque nuestra vida verdadera es mucho más que conocer el “genoma humano”.

II.3. No obstante, no se trata de la condena la sabiduría humana en sí, ni de la investigación y de la filosofía. Tampoco se ha de entender la “theologia crucis” como la religión del masoquismo. ¡Nada de eso! No es así como Pablo argumenta, sino de cómo es posible que nuestros criterios y nuestras decisiones humanas estén a la altura de quien nos da vida y Espíritu. Por eso, su afirmación decisiva es que Dios ha hecho a Cristo, el crucificado, no lo olvidemos, “poder y sabiduría de Dios”. Y conocemos que ese es un “poder sin-poder” y una “sabiduría sin la lógica fría de este mundo”. Es el poder y la sabiduría de quien se ha entregado “por nosotros”. Es ahí donde se construye la “theologia crucis” en la “pro-existencia”, en saber vivir para los demás, como hace nuestro Dios. Desde ahí Pablo quiere curar la locura de las divisiones y de las arrogancias humanas que existen en la comunidad de Corinto.

Evangelio: Juan (2,13-25): Jesús busca una religión de vida

III.1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

III.2. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma: en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

III.3. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).