domingo, 25 de mayo de 2014

DOMINGO 6° DE PASCUA



“Si me aman, guardarán mis mandamientos”

Las palabras de Jesucristo señalan el camino de la vida cristiana. Hemos celebrado el Triduo Pascual –– pasión, muerte y resurrección de Jesús –– y nos encontramos en la etapa que da sentido a todo lo anterior. En efecto, la resurrección de Jesús ilumina su pasión y su muerte, transformándolas en un evento que la razón humana no conseguirá explicar jamás. Así es como la resurrección de Jesús ilumina también toda la vida cristiana y la vida humana en general, donde experimentamos situaciones verdaderamente dramáticas, sin sentido para la comprensión humana y que requieren una visión de fe.

Ahora bien, la resurrección de Jesús es cuestión de amor, como lo han sido su pasión y su muerte. Es el amor –– Dios es amor –– la realidad que está al principio de la historia de la salvación, quien la guía y la lleva a su plenitud. Por eso puede decirnos Jesús: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Esta misma realidad la formula el Señor en el Evangelio con otra expresión: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama”. Los cristianos tenemos que ver todas las cosas con ojos de amor, es decir, con los ojos del corazón (cf. Ef 1,18).

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

“También la primera misión de Pablo y de Bernabé se caracteriza por una ceremonia análoga: ‘Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron’. Estamos aquí ante un rito litúrgico de verdadera investidura misionera, celebrada por los responsables y representantes de la comunidad”

Lectura de los Hechos de los apóstoles 8, 5-8. 14-17

En aquellos días: Felipe descendió a una ciudad de Samaria y allí predicaba a Cristo. Al oírlo y al ver los milagros que hacía, todos recibían unánimemente las palabras de Felipe. Porque los espíritus impuros, dando grandes gritos, salían de muchos que estaban poseídos, y buen número de paralíticos y lisiados quedaron sanos. Y fue grande la alegría de aquella ciudad. Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
Palabra de Dios.

Salmo 65, 1-3a. 4-7a. 16. 20

R. ¡Aclame al Señor toda la tierra!

¡Aclame al Señor toda la tierra! ¡Canten la gloria de su nombre! Tribútenle una alabanza gloriosa, digan al Señor: “¡Qué admirables son tus obras!” R.

Toda la tierra se postra ante ti, y canta en tu honor, en honor de tu nombre. Vengan a ver las obras del Señor, las cosas admirables que hizo por los hombres. R.

Él convirtió el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Por eso, alegrémonos en él, que gobierna eternamente con su fuerza. R.

Los que temen al Señor, vengan a escuchar, yo les contaré lo que hizo por mí: Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración ni apartó de mí su misericordia. R.

II LECTURA

Pedro nos invita a dar testimonio con la palabra, capacitados en el conocimiento de lo que creemos, entrando en discusión y diálogo pacífico. Pero también nos llama a dar testimonio con la vida misma, aceptando las adversidades a las que nos puede llevar nuestra confesión de fe.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 3, 15-18

Queridos hermanos: Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia. Así se avergonzarán todos aquellos que difaman el buen comportamiento que ustedes tienen en Cristo, porque ustedes se comportan como servidores de Cristo. Es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal. Cristo padeció una vez por los pecados –el Justo por los injustos– para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios.
Palabra de Dios.

EVANGELIO    

¡Qué hermoso consuelo! ¡Es Jesús quien reza por nosotros! Él pide que recibamos al Espíritu, y de esta manera, descansaremos en su misma oración.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 15-21

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

 “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”

El hecho de la resurrección de Jesucristo orienta hacia una realidad nueva, en la que podemos ver la acción del Espíritu Santo, tal como aparece en las tres lecturas. La vida según el Espíritu es la que corresponde a cuantos hemos sido bautizados y hemos sido incorporados a Jesucristo. Fue el Espíritu “quien devolvió a la vida” a Jesús, resucitándolo de entre los muertos (primera lectura); es “el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios” quien nos comunica su energía, pues habita en nosotros (segunda lectura); este mismo Espíritu lo llama Jesús “Espíritu de la verdad” y “otro defensor” que está siempre con nosotros (Evangelio).

“Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”

La verdadera predicación de la Palabra de Dios, es decir, de Jesucristo, es causa de alegría, porque su fuerza sana y cura las enfermedades, el pecado, liberando de la esclavitud de los espíritus inmundos.

Pedro y Juan “oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo”. Ahora bien, una vez recibido el Espíritu Santo, hemos de dejarnos conducir por él, superando la tendencia natural a echar mano de nuestro “yo”. No es nuestro “yo” el que cuenta, sino Jesús, que dejó dicho con toda claridad: “Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6). Después de que Jesucristo nos haya mostrado el camino, después de saber en qué consiste la verdad y después de haber sido introducidos en una vida nueva, ahora nos corresponde, con humildad, dejarnos guiar por el Espíritu de Jesús, cosa nada fácil para nuestra arrogancia humana.

“Como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida”

Gracias a la obra de Jesucristo, la vida nueva merecida mediante su resurrección, de la que participamos a través del Bautismo, hemos de “glorificar a Cristo Señor” desde lo profundo de nuestro corazón, tomando cada vez más conciencia del don recibido, que es lo que nos permite “dar razón de nuestra esperanza”, y saber hacerlo con estilo, con elegancia, no imponiendo sino proponiendo, tal como hizo el mismo Jesucristo, “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

Entrar en esta dimensión y avanzar por ella solo es posible contando con el Espíritu. ¡Qué hermoso si fuéramos bien conscientes de la obra que Dios hace en nosotros “derramando su amor en nuestros corazones, con el Espíritu Santo, que ya nos ha dado”! (Rm 5,5). Jesús poseía el Espíritu, y así “fue devuelto a la vida” (segunda lectura).

“El Espíritu de la verdad vive con vosotros y está en vosotros”

La clave de nuestra vida está en Jesucristo, en su palabra, en su promesa. Refiriéndose al Espíritu Santo, al que llama “Espíritu de la verdad” y “otro consolador”, el Señor indica un neto contraste respecto del Espíritu Santo: “el mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce”. Podríamos añadir, que ni siquiera le interesa, porque conocer al Espíritu y dejarse guiar por él significa hacer morir nuestro “yo”, que está en total contraste con las pretensiones humanas de prevalecer sobre las demás personas, interesados solamente de nuestras cosas. El mundo, pues, no hace nada por conocer al Espíritu, y continúa su camino, tal como podemos verificar continuamente en la sociedad global.

Por el contrario, los discípulos de Jesucristo estamos llamados, tenemos la obligación de dejarnos guiar por el Espíritu, porque el Espíritu “vive con nosotros” y “está en nosotros”. Se trata, pues, de una forma de vida totalmente dinámica, expresando una identidad de personas, nuestra persona con el Espíritu. Esta identidad de persona con el Espíritu es una realidad inefable, sublime. Por eso Jesús insiste en este hecho tratando de hacer comprender a sus discípulos la identidad que existe entre él y el Padre: “Sabréis que yo estoy “en” mi Padre”, añadiendo a continuación: “y vosotros “en” mí y yo “en” vosotros”.

La Biblia de la Conferencia Episcopal Española traduce de otra manera: en vez de la preposición “en”, que hemos usado, prefiere la preposición “con”, que no expresa la misma intensidad de lo que significan las palabras de Jesús, que no solo está “con” nosotros, sino que vive “en” nosotros. Fácil evocar las palabras de san Pablo a propósito de su relación personal con Jesucristo: “No soy yo el que vive, es Cristo el que vive “en” mí” (Gal 2,20).

Necesitamos entrar en esta dimensión personal con Dios-Trinidad para que nuestra vida no sea simplemente una “imitación” sino más bien una vida vivida en plenitud, tal como quiere el mismo Señor: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). La vida es un principio “interior”, íntimo, profundo. Esto es precisamente lo que podemos decir del Espíritu Santo, que no solo está “con” nosotros sino que vive “en” nosotros, moviéndonos desde dentro.

Ahora bien, todo este proceso hemos de considerarlo en su raíz más profunda, que es el amor de Dios. Jesucristo nos enseña con total claridad: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”; “el que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.


ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: (Hechos 8,5-8.14-17): La palabra de Dios nos abre al Espíritu

I.1. Este texto nos muestra un paso más de la comunidad cristiana primitiva. La crisis originada en la comunidad de Jerusalén a causa de los «helenistas», que tenían una mentalidad más abierta y más atenta a lo que había significado el mensaje del evangelio y de la Pascua, dispersó a estos cristianos fuera de la ciudad santa. Y esto va a ser semilla misionera y decisiva para que el «camino», otro de los nombres con que se conocía a los seguidores de Jesús, rompiera las barreras del judaísmo. Del relato, para la lectura de este domingo, se excluye el caso de Simón el Mago que quería hacer lo que Felipe, o comprarlo si era necesario -de donde procede el nombre de “simonía”-, por querer procurarse bienes espirituales por medio del dinero.

I.2. El programa que el autor (Lucas) ya diseñó en Hch 1,8 debe ir cumpliéndose con precisión. Pero es el Espíritu quien lleva estas iniciativas, quien se adelanta a los mismos apóstoles. Porque la Iglesia, sin Espíritu del Señor, no estaría abierta a nuevos modos y territorios de evangelización y presencia. El Espíritu es quien otorga siempre a la comunidad cristiana la libertad y el valor necesarios. En la lectura de hoy vemos a Felipe, uno de los siete elegidos y, probablemente, el líder sucesor de Esteban, que se llega hasta el territorio maldito de los samaritanos. El odio entre judíos y samaritanos ya aparece en el evangelio (Lc 9,52ss; Jn 4). Este era un paso muy importante porque se les consideraba como unos paganos. Esta era una apuesta decisiva, a la vez que un compromiso conducido por el Espíritu de Pentecostés, para cuya fiesta nos preparamos. Los samaritanos acogieron la palabra de Dios, nos dice Lucas en este relato, y enviaron a Pedro y a Juan para que pudieran atender y confirmar en la fe a esta nueva comunidad que se había abierto a la fuerza de la palabra salvadora.

I.3. Por eso, conviene resaltar que no son los “doce”, los discípulos de Jesús y los testigos “directos” de la Resurrección, los que llevan a cabo esta iniciativa eclesial. Felipe el helenista es el que se atreve a cumplir esa promesa del resucitado de Hch 1,8 (aunque cuenta mucho la persecución en Jerusalén contra ellos). Lo que hace es lo que mismo que hacía Jesús (cf. Lc 7,21; 8,2; 9,1). Resaltemos, pues, las iniciativas de los de segunda fila que tienen la misma importancia o más, ya que llevan la predicación, la palabra de Dios, a “lugares de frontera”. En Lucas la “palabra de Dios” es verdadera protagonista, junto con el Espíritu, de la segunda parte de su obra.

I.4. En un segundo momento, Pedro y Juan tienen que asumir la realidad de que los samaritanos, a donde ellos nos se atrevían a ir, han acogido la predicación evangélica. Esto contrasta con la escena del evangelio (Lc 9,51-56) en que Jesús y los suyos, pasando por territorio samaritano al ir a Jerusalén, y no siendo acogidos, Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, pidieron un castigo apocalíptico para aquel lugar maldito. Pero Jesús esta actitud de venganza rotundamente. Para Lucas esa era como la primera semilla, que ahora viene a crecer por medio de una nueva predicación. Y Juan, el hijo del Zebedeo, es protagonista en este momento.

I.5. El relato, pues, debe ser leído e interpretado en el sentido de que de los que no se esperan respuesta, son capaces de acoger el mensaje de la salvación con más solicitud y entusiasmo que los predestinados religiosamente para ello. La llegada de Pedro y Juan no debe ser captada en el sentido de ir a imponer su autoridad apostólica o jerárquica, sino, por el contrario, a poner de manifiesto por su parte y por la parte de la Iglesia madre de Jerusalén, el misterio de “comunión” que los herejes samaritanos (concepción del judaísmo ortodoxo) son capaces de dar.

I.6. Por eso este es un segundo “pentecostés”, que aquí acontece por la imposición de las manos de los apóstoles. Y es que en la Iglesia primitiva se dieron diferente momentos de “pentecostés” como presencia del Espíritu de Jesús resucitado.

IIª Lectura (Iª Pedro 3,15-18): Dar razón de nuestra esperanza

II.1. Nuestro texto nos proporciona una tesis teológica que debe ser determinante para los seguidores de Jesús: que debemos estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza. Los primeros cristianos tuvieron que explicar muchas a veces, a quien se lo pedía, los motivos de su fe y de su esperanza. Eran tiempos de persecución. Hoy vivimos la fe menos ambiciosamente, pero no podemos ocultar la luz debajo de nada.

II.2. Ser cristiano, ser seguidor de Jesús, nos otorga su Espíritu y estamos convocados como entonces a dar testimonio. Hoy no hay persecuciones como entonces, pero el mundo tiene otros valores y reducimos nuestro testimonio a ciertas manifestaciones cultuales. Mas la fe cristiana no es para el culto, sino que debe dar sentido a la vida entera. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué amamos y perdonamos? No podemos ocultar nuestra verdad, sino que debemos comunicarla, incluso aunque tengamos que sufrir adversidad o incomprensión.

II.3. No se trata de hacer una defensa apologética de nuestra esperanza, pero sí es necesario vivir con esperanza: la esperanza en Cristo, en un mundo de paz y de concordia; en un mundo que tiene, además, un futuro más allá de esta historia, porque Jesús, el Señor, ha ganado para todos ese mundo nuevo.

Evangelio de Juan (14,15-21): El Espíritu, nuestro “Defensor”

III.1. El evangelio de Juan prosigue con su discurso de revelación de la última cena. Se hace una conexión entre amor y mandamientos. Si amamos a Jesús estamos llamados a amarnos los unos a los otros, porque en la teología de Juan ese es el mandamiento nuevo y único que nos ha dejado para que tengamos nuestra identidad en el mundo. ¿Era eso nuevo? Era nuevo en la forma en que lo entendió Jesús: incluso hay que amar a los que nos odian; así seremos sus discípulos.

III.2. Para llevar adelante este mandamiento Jesús pedirá un «defensor», un ayudador: el Espíritu. Se nos vuelve a poner en línea abierta con la fiesta de Pentecostés que celebraremos tras dos domingos. El Espíritu de la verdad, no de una verdad abstracta, sino de la verdad más grande, de una verdad que el «mundo» odia, porque el mundo en San Juan es el misterio de la mentira, del odio, de las tinieblas. Probablemente se detecta aquí un dualismo un poco exagerado, pero es verdad que el mundo de la mentira existe y nos rodea frecuentemente.

III.3. Jesús promete no dejarnos huérfanos: El Espíritu es más fuerte que el mundo, como el amor y la verdad son más fuertes que el mundo, aunque nos parezca lo contrario. Si queremos vivir otra vida verdadera debemos fiarnos de Jesús que, desde el regazo de Dios como Padre, no se ha instalado allí, sino que enviándonos un Defensor nos conduce al mundo de la verdad, de la luz, del amor que reina en el seno de Dios.

III.4. El evangelio nos habla del “Paráclito” que Jesús promete a los suyos. El término griego parákletos (que significa “llamado”, del verbo griego kaleo, “llamar, interceder por”) tiene su origen en el mundo jurídico y designa a alguien que es llamado como defensor en un tribunal, un abogado en definitiva. Se sabe que los discípulos han de afrontar en el mundo una lucha. El autor del evangelio ya lo está viendo con sus ojos y por eso construye este discurso sobre el “Paráclito” que “estará con vosotros para siempre” (Jn 14,16). Es el Espíritu de la “Verdad”, que es una de las formas en que Jesús se ha presentado en este evangelio (14,6), un tema dominante de la catequesis joánica. Por lo mismo, el Espíritu vendrá a hacer lo que hacía Jesús mientras estaba con ellos.

III.5. ¿Qué sentido tiene todo este discurso? Pues que aunque falte Jesús, no nos faltará su Espíritu. Es una presencia nueva de Jesús, una presencia que viene después de la Resurrección y que no podemos dudar que existe y existirá. Y aunque no esté definida esa personalidad del Espíritu, como habrá de hacerse en la teología posterior, debemos estar abiertos a esta promesa de comunión y de vida. En este mundo nuestro de disputas interminables y de intereses muy humanos, tener un abogado “defensor” es como una necesidad para no estar desamparados. Los cristianos, por lo mismo, tienen el suyo y pueden apoyarse en él, porque es un “abogado de la verdad que libera” nuestras conciencias.








domingo, 18 de mayo de 2014

DOMINGO 5° DE PASCUA


"Nadie va al Padre, sino por mí"

Experimentar la cercanía de Dios es un ejercicio de madurez en la fe que se materializa, no tanto por la búsqueda insistente de lo divino más allá de nuestra realidad, como por la escucha atenta de las manifestaciones del Padre en los acontecimientos de la vida. El Evangelio antes que un mensaje religioso es un mensaje para la vida. No porque el Evangelio se desentienda de Dios, sino porque el criterio central del Evangelio de Jesús es que la mediación esencial entre el ser humano y Dios es la vida, la humanización de la vida.

Este diálogo de preguntas y respuestas entre Jesús y los discípulos se actualiza en cada uno de nosotros: ¿creemos que el Dios de Jesús es el Padre del que nos habla y sabemos cómo y dónde se nos manifiesta?

Nuestra sociedad actual, se caracteriza por autoproclamarse la sociedad de la “transparencia”. Este lema se ha hecho dominante, especialmente en lo referente a la libertad de información. Se entiende por tal este espacio en el que se maneja tal cantidad de información que ésta ha de ser rápida, operativa y ha de poderse insertar fácilmente en el caudal liso del capital, la comunicación y la información. Es también una “transparencia” que pone las cosas directamente ante la mirada, sin ningún espacio para el diálogo, el discurso y el tiempo necesario para la elaboración y la reflexión. Facebook, Twitter e Internet son los paradigmas de esta forma de confusión entre la verdad y la información. La transparencia y la verdad no son lo mismo. Más información o una acumulación de la misma por si sola, no es más verdad. La hiperinformación y las hipercomunicación dan testimonio de la falta de verdad (Byung-Ghul Han)

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

“Se dice que estos siete fueron elegidos para que se encargaran del servicio de las mesas, y la tradición posterior vio en ellos a los primeros diáconos. Pero en este relato no se les da el nombre de diáconos, y en los relatos que siguen nunca parece que se ocuparan de las mesas, sino de la obra evangelizadora, y teniendo una parte importante en la apertura del Evangelio a los paganos”.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 6, 1-7

En aquellos días: Como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: “No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”. La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos. Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.
Palabra de Dios.

Salmo 32, 1-2. 4-5. 18-19

R. Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.

Aclamen, justos, al Señor: es propio de los buenos alabarlo. Alaben al Señor con la cítara, toquen en su honor el arpa de diez cuerdas. R.

Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. R.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.

II LECTURA

En una frase cargada de imágenes, el texto nos quiere mostrar que entre todos formamos la Iglesia, y que desde la unidad construida, somos el camino de la humanidad hacia Dios. Una hermosa concepción de la Iglesia.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 4-10

Queridos hermanos: Al acercarse al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo. Porque dice la Escritura: “Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido”. Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, “la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo”. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada. Ustedes, en cambio, son “una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido” para anunciar las maravillas de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz. Ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes, que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.
Palabra de Dios.
EVANGELIO

“En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones”. Nadie queda excluido, para todos hay lugar, todos tenemos un espacio en la casa de Dios. Por eso podemos acercarnos con confianza y sabernos recibidos.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 1-12

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes que voy a prepararles un lugar? Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

El coraje de dejarse tomar por Dios

“Quien me ha visto a mi ha visto al Padre” (Jn. 14,9). Esta frase viene precedida por otra: “tanto tiempo hace que estoy con vosotros ¿y no me conoces, Felipe?

Probablemente, en esta falta de conocimiento nos encontramos aún hoy, mas de dos mil años después, buscando a Dios fuera de las cosas, allí donde no está. O tal vez, tratando de conocerlo sin el amor necesario para dejar que se nos des-vele. Nos empeñamos en posesionarnos de todo aquello que es susceptible de ser “conocido” sin atender al modo de hacerlo. En definitiva, no podemos vivir sin amor y sin conocimiento, pero el conocimiento sin amor genera competitividad; el amor sin conocimiento genera sentimentalismo. Aún así, los hemos disociado a pesar que el conocimiento y el amor forman el dinamismo principal del ser humano.

Tomás no lo entiende, no comprende que la separación que produce la muerte pueda dar paso a la vida del Padre; la separación-muerte es, para él, el final del camino.

Jesús nos dice que quien le ha visto a él no necesita ver a Yahvé porque ha visto al Padre. Él nos da la imagen y la vida del Padre; este ver al padre en Jesús significa que la verdadera esencia de Jesús es la transparencia. Felipe tampoco ha descubierto ese plus de conocimiento-amor: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.

La transparencia de Jesús es fruto de esa experiencia que nos enseña a desactivar la indiferencia, el egoísmo, y la vanidad que cubren nuestro corazón, dejándolo expuesto a su propia desnudez, a su auténtica personalidad. Hay una bienaventuranza que dice, “bienaventurados los limpios de corazón”

Una transparencia que es vida y no puro exhibicionismo

La luz es luz, esto es, ilumina en cuanto deja ver su origen. Si le interponemos un cuerpo opaco deja de ser la luz. Ellos ven en Jesús el representante de Dios, lo identifican con el Mesías de la Ley. No acostumbrados a la transparencia de Jesús, no ven en él al Padre mismo. No tienen la fe-confianza de la entrega incondicional, creen en un personaje-fiable al que no terminan de descubrir plenamente. Descubrir que Jesús es el camino supone un proceso progresivo de crecimiento que, con nuestra intervención, nos va “terminando” como discípulos y como obra de Dios. La meta es la máxima solidaridad con el hombre, dándose enteramente por él. Este es el lugar donde estuvo siempre Jesús y en donde estarán los discípulos a partir de ahora: “para que donde estoy yo, estéis también vosotros”.

“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. No hay un Padre absolutamente distinto al hijo. ¿Qué significado puede tener para nosotros esta transparencia y esta relación Padre-Hijo? En primer lugar, la transparencia total sería otra forma de expresar el morir a uno mismo, el no enquistarse en la opacidad del quedarse para sí, presos de nuestros propios miedos, dolores o alegrías; significa el liberarse de la individualidad egoísta y autorreferencial de la apropiación indebida de la vida que transita en mí. La transparencia es lo único que se nos pide. Es la experiencia de Dios la que nos hace transparentes porque este camino que hay que recorrer no es individual sino comunitario.

Es también desde la transparencia desde podemos interpretar la experiencia del Dios vivo. Desde la transparencia podemos entender que Dios sea experiencia de lo que no se ve, experiencia de nada. ¿Qué es lo que ha de transparentar a Dios? En primer lugar, la realidad toda. En tanto que participamos de ella descubrimos al Padre como su fuente y origen, y al hijo como su plenitud. En segundo lugar, el otro, todo otro, el compañero, el amado, el superior, el inferior, el hijo, el vecino, el desconocido…Quien ha visto al otro ha visto al Padre. Esto último tiene una aplicación inmediata en la vida cristiana. No hay que hacer cosas por Cristo, porque un Cristo separado de los demás hombres, no es nada. Cristo se transparenta en los otros. Por eso, nuestra experiencia de Cristo no puede ser otra que nuestra experiencia crística de los otros; una experiencia de apertura, de entrega y de donación, de encuentro. “A mí me lo hicisteis” – a pesar de que no lo sabíais.


ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Hechos (6,1-7): Ministerios nuevos, según las necesidades

I.1. La Iª Lectura es el texto que muestra la primera crisis de la historia del cristianismo primitivo: la elección de siete responsables para los cristianos que se habían convertido, provenientes de la diáspora del mundo helenista, que hablaban griego, que tenían otra mentalidad, otra cultura y otros planteamientos sobre las tradiciones religiosas del Israel. Se debe reconocer un cambio de rumbo, que sin duda marcara el futuro de los cristianos frente al judaísmo. No es así como lo presenta directamente Lucas, pero las consecuencias será inapelables.

I.2. Se han querido ver en este relato ciertas semejanzas con el momento del Éxodo de Egipto, cuando israelitas “aumentan” en número y con la travesía del desierto, en que los hijos de Israel “murmuran” por lo difícil e imposible del camino. Pero Dios va a dar su respuesta a todo ello, dándoles la libertad, así como el maná y el agua. Los Apóstoles piden a unos representantes de los “helenistas”, que mediante el don de la fe y del Espíritu, puedan llevar a cabo el servicio a sus hermanos, que no es un servicio social, sino espiritual y de predicación. También este es un ejemplo del “compartir” en la Iglesia primitiva.

I.3. No se trata simplemente de “diáconos” que sirven a las mesas de los pobres, aunque ésta era una de sus responsabilidades; se trata de representantes de los Apóstoles, de responsables directos de esta comunidad que habían tenido, sin duda, enfrentamientos con los cristianos que eran palestinos o hebreos. No es solamente la lengua materna lo que les diferencia, sino un mentalidad más renovada que busca una identidad futura para el movimiento de Jesús. Comienza así a perfilarse una decisión que posteriormente llevarán adelante Bernabé y Pablo, tras la muerte de Esteban, en la comunidad de Antioquía de Siria, donde los discípulos de Jesús recibieron, por primera vez, el nombre de «cristianos». Era necesaria esta respuesta, porque los discípulos de Jesús no podían mantenerse amparados en las tradiciones del judaísmo, de la ley y el templo, si no querían perder la identidad que Jesús les había ganado en la Pascua.

IIª Lectura: Iª Pedro (2,4-9): La comunidad viva en Cristo

II.1. La IIª Lectura (2,4-9) ofrece también una identidad, recurriendo a la teología de que todos los cristianos somos un pueblo de reyes, un pueblo sacerdotal, una nación consagrada. Acercarse a Jesús, el Señor que ha muerto por nosotros y ha resucitado para darnos la vida, significa que la religión cultual del judaísmo deja de ser elitista, para que podamos gozar de las prerrogativas de lo más santo y sagrado. Por eso nace un nuevo pueblo, una nueva comunidad santa y sacerdotal que entraña una plenitud espiritual y no cultual.

II.2. Sobre la imagen de la piedra “viva” se construye con piedras vivas una comunidad nueva que no necesita lo viejo. Es una nueva Sión, en que no es necesario un templo y una liturgia especial. Es la comunidad y cada uno de los bautizados como una liturgia vive de alabanza y acción de gracias.

II. 3.Cada uno de los bautizados, pues, recibe una herencia personal y comunitaria. No se necesita, pues, nacer de estirpe sagrada, ni ser consagrado específicamente, para comunicarse con Dios, para sentir su salvación. Esta es una de las propuestas más importantes de la teología del pueblo de Dios que tenemos en el Nuevo Testamento. Ello nos lo ha ganado Jesús, que es la piedra vida y el fundamento de esa religión del pueblo de Dios verdadero.

Evangelio (Juan 14,1-12): El camino de la verdad y de la vida

III.1. El evangelio de hoy de Juan, es uno de los discursos de revelación más densos de su obra. Está inserto en el testamento de Jesús a los discípulos en la última cena, que es un relato muy particular de este evangelista. Es un discurso de despedida. Aquella noche, entiende Juan, Jesús comunicó a los suyos las verdades más profundas de su vida, de su existencia y de su proexistencia (existir para otro). Jesús se propone, se auto-revela, como el camino que lleva a Dios; se presenta igual a Dios, igual a Dios que es Padre. El centro del mismo es la afirmación de Jesús como «camino, verdad y vida».

III.2. Ya sabemos que el camino es para andar y llegar a una meta; la vida es para vivirla, gustarla y disfrutarla; la verdad es para experimentarla como bondad frente a la mentira, que engendra desazón e infelicidad. En el mundo bíblico la verdad (emet) no es una idea, sino una realidad que se hace, se realiza, se lleva a la práctica. En el mundo de la filosofía helenista puede que la verdad sea algo más ideológico. Camino, verdad y vida, pues, son cosas concretas que se viven, que se hacen, que se experimentan. Estas son cosas que todos buscamos en nuestra historia: queremos caminos que nos lleven a la felicidad; amamos la verdad, porque la mentira es la negación del ser y de los bueno; queremos vivir, no morir, vivir siempre, eternamente.

III.3. Nadie puede llegar al Padre sino por Jesús (“por mi”). Los hombres buscan a Dios, necesitan a Dios; pero no a cualquier Dios, sino el Padre. Jesús lo ha revelado de esa forma y en ello ha empeñado su palabra y su vida: ésta es su verdad. San Juan, pues, está afirmando que no es posible experimentar a Dios sino por medio de Jesús. Muchos ha hablado del absolutismo joánico, lo que llama la atención desde le punto de vista cristológico, ya que el Jesús de los evangelios sinópticos no se expresaba así. Estamos de acuerdo que esta manera de hablar depende de los catequistas y teólogos de la comunidad joánica, no de palabras o “logia” reales de Jesús de Nazaret. Este absolutismo joánico se explica porque en este momento de la cena, de la despedida, del testamento o última voluntad, Jesús está revelando todo en beneficio nuestro, en beneficio de los que “son de la verdad” (Jn 18,37), como dirá a Pilato en el momento de ser juzgado. Escuchar su voz, es confiar en su palabra de vida .

III.4. A Jesús, lo propone San Juan, con estos conceptos tan consistentes como el que puede liberarnos en nuestra existencia agobiada y, a veces, no menos esquizofrénica. Podemos decir que esta alta teología joánica sobre quién es Jesús para la comunidad cristiana, es una propuesta de fe; pero no una propuesta de experiencias abstractas, sino de las realidades que buscamos siempre y en todas partes. El es el camino que nos lleva a Dios como Padre, porque de otro forma hubiera seguido siendo un Dios “desconocido” para nosotros. No basta con decir Dios, sino que esa intimidad con el Padre lo hace accesible para siempre. La cristología de Juan, pues, se “abaja” en el misterio de la paternidad de Dios para que no estemos desamparados y sin confianza. Un Dios, padre, que también es madre, hace la teología más humana y, desde luego, la fe más terapéutica y espiritual. Jesús se atrevió más que nadie, y precisamente por ello es la verdad de nuestra existencia cristiana y la vida de nuestra experiencia de fe.







domingo, 11 de mayo de 2014

DOMINGO 4° DE PASCUA


“Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante”

En estos domingos de Pascua el evangelio nos ha ido recordando los encuentros del Señor Resucitado con los discípulos y la primera comunidad cristiana. Las experiencias de aquellos testigos siguen resonando con la misma fuerza en quienes en este tiempo buscamos a Jesús: el Viviente nos vuelve a salir al encuentro para ofrecernos la plenitud de la vida, la resurrección que Él ha conquistado para nosotros.

Hoy el texto evangélico deja de ser un relato estrictamente pascual de encuentro. En este domingo, cuarto del tiempo litúrgico, se nos presenta –como es tradicional- a Jesús como el Buen Pastor. Frente a ladrones y bandidos que, disfrazados, ofrecen a las ovejas un destino incierto e infeliz, Él entra por la puerta, deja oír su voz, camina delante, ofrece una posibilidad de felicidad abundante.

Desde hace 51 años la Iglesia viene celebrando en este día la “Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones”. Hoy es un momento apropiado para agradecer a Dios el don de aquellos que han escuchado la voz de Jesús y le han seguido. También se nos invita a orar con alegría y esperanza, para que el Dueño envíe obreros a su mies. Y, sobre todo, se nos pide que vivamos con entusiasmo nuestra particular vocación. Dios llama porque ama, y la felicidad del ser humano, la “vida abundante” que se le promete, consiste en acoger el amor que viene de experimentarse llamado por Él.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

El testimonio y el anuncio suscitan la pregunta, ¿qué debemos hacer? Por esta razón, con las obras y las palabras, la Iglesia continúa la misión de hacer que cada ser humano pueda encontrarse con sus cuestionamientos más profundos y hallar en Jesucristo la respuesta y el sentido de la vida.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 14a. 36-41

El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: “Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías”. Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?”. Pedro les respondió: “Que cada uno se convierta y se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar”. Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.
Palabra de Dios.
Salmo 22, 1-6

R. El Señor es mi pastor; nada me puede faltar.

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.

Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.

Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. R.

II LECTURA

En los momentos de sufrimiento, miremos a Cristo. Él soportó el dolor y la humillación. Él se hizo solidario con todos nuestros dolores. Él es el buen Pastor que conoce cuál es el sufrimiento de cada una de sus ovejas y que quiere curar y aliviar. Dejemos que él nos cargue sobre sus hombros.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 20b-25

Queridos hermanos: Si a pesar de hacer el bien, ustedes soportan el sufrimiento, esto sí es una gracia delante de Dios. A esto han sido llamados, porque también Cristo padeció por ustedes, y les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas. Él no cometió pecado y nadie pudo encontrar una mentira en su boca. Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente. Él llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron sanados. Porque antes andaban como ovejas perdidas, pero ahora han vuelto al Pastor y Guardián de ustedes.
Palabra de Dios.
EVANGELIO    

La puerta es Jesús y por él entramos a formar parte de este rebaño de sus seguidores. Jesús no nos propuso una religión individualista ni una fe que se aísle de todo. Él, la puerta, nos hace entrar en ese redil en el que lo que nos une es escuchar la voz del único pastor. Celebrar hoy a Jesús buen Pastor también es celebrar a la Iglesia, que es una, donde nos encontramos y nos afianzamos unos a otros.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 10, 1-10

Jesús dijo a los fariseos: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”. Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

 “Sal a darlo todo” es el lema de esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Todos tenemos vocación, porque la esencia de Dios es “vocar”, llamar, comunicarse. Vivir en cristiano es vivir “vocacionalmente”, dando sentido al plan de Dios para cada uno, que no se sabe de una vez para siempre, sino que se deja descubrir poco a poco. Y así, los llamados/amados tenemos la misión de convertirnos en llamantes/convocantes. ¡Esto forma parte del misterio de Dios y de su Iglesia!

¿Qué tenemos que hacer?

No se puede vivir la vida sin un proyecto, sin un sentido, sin un horizonte. El vivir humano, el seguimiento cristiano, nos invitan a un camino, una opción constante. Porque todo no sirve ni llena. Porque la vida es excesivamente hermosa como para desperdiciarla… Se trata de vivir eligiendo, dando pasos eficaces como aquellos primeros cristianos impresionados por el testimonio de la Resurrección escuchado por boca de los discípulos. ¿Cómo servir a este Resucitado? ¿Cómo contagiar su alegría, cómo extender siempre su Pascua? No valen respuestas teóricas solamente. La experiencia cristiana necesita ser concretada en un “qué”, en un “cómo”…

La promesa vale para todos los que llame el Señor

Y el Señor no puede vivir sin llamar. Porque es, esencialmente, comunicación. Y porque nosotros somos su imagen, capaces de diálogo con Él. Un trato que nos humaniza y enriquece, que nos lleva a lo mejor de nosotros mismos. Pero, aunque puedan confundirse, no todas las llamadas son iguales. Respondemos diariamente a multitud de llamadas que distraen o empobrecen, que entretienen o ahogan. La llamada del Resucitado es “promesa de vida plena”. Todos somos invitados, y continuamente además, a crecer en esta llamada. Los jóvenes y los adultos, los practicantes y los tibios, también los alejados. Hay una oferta, una promesa de vida feliz, única y exclusiva para ti. ¿No vas a prestarle atención? ¿No vas a vivir conforme a ella?

Sus heridas nos han curado

El Cristo de la Pascua viene con heridas. Pero no son heridas que contagian dolor o maldición, sino que curan. Son heridas que nos resultan familiares porque nosotros también las tenemos. Lo que en mi vida no he elegido y se me ha dado (mi infancia, mi familia, mi amor o desamor…) forma parte de mi, y a veces me disgusta o incomoda. El Resucitado me enseña a reconciliarme con mi herida, a contemplar mi historia como lenguaje de salvación, a entender que “todo es gracia”. Y si sus heridas me curan, puedo volver con las mías a Él, que por ellas me abre un camino nuevo de reconciliación y servicio. ¿Y si el Resucitado nos estuviese invitando a llevar su curación a los lugares donde lo humano se presenta herido?

Ladrones y bandidos…

Sigue habiendo muchos a nuestro alrededor y estamos demasiado habituados a ellos. Tanto que corremos el riesgo de arrimarnos demasiado a esos lugares de corrupción, poder y oscuridad. Ladrones que roban y matan, que no conocen ni hablan con amor, que avasallan la libertad cuando no entran por la puerta. ¿Qué debe sentirse viviendo así? Es tentadora la oferta de los bandidos de este mundo. Ofrecen rentabilidad, provecho, futuro, seguridad a cualquier precio. Su llamada, tan racional y superficial, sigue seduciendo a muchos. Pero están vacíos… Desenmascararlos, y a nosotros cuando caminamos tras ellos, es una urgencia.

… Y el buen pastor

Que además es, según el relato de Juan, “la puerta”. El que va de cara, sin escondites. El que ofrece su voz amable. El que ama y regala un proyecto de amor. El que tiene “vida abundante”. Sí: Jesús quiere seguir siendo hoy el amigo, el que camina al lado, el que ofrece plenitud y sentido. Con Él se vive distinto, “resucitados”… Nos toca ponernos cara a cara frente a Él, acompañar a otros para que disfruten de esa relación. Y preguntarle cuál es el plan de amor que tiene para nosotros. Nos toca vivir “en clave vocacional”, desde esa llamada que es diálogo y que nos hace amigos de Dios. Y nos toca, finalmente, orar, pedir al Resucitado que siga tocando el corazón de muchos para que, dejándolo todo, le sigan.



ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Hch 2,14a.36-41: Dios ha constituido a Jesús Señor y Mesías

I.1. La lectura de los Hechos de los Apóstoles (2,36-41) quiere mostrar las consecuencias del discurso de Pedro, que era el centro de esta lectura en el domingo anterior. El mensaje debe resonar con fuerza, como resuena en el v.36: el crucificado, es el Señor y Mesías. Y es Dios quien lo ha constituido como tal. Esta afirmación kerygmática de los primeros cristianos debía resonar a herejía en aquel ambiente, porque en el libro del Dt 21,23 estaba escrito: ”maldito el que cuelga de un madero”. Y Pablo, en Gal 3,13, lo deja bien claro. Pero la cruz se la han dado los hombres. Ni la ha buscado Jesús, ni se la ha impuesto Dios (“Jesús a quien vosotros habéis crucificado”); han sido los hombres poderosos de este mundo los que condenan a muerte. Entonces, ¿no debería haberse cumplido el dogma judío de la maldición del madero? En el caso de Jesús, no. Dios nunca puede maldecir a un crucificado, y menos al que ha sido crucificado por lo que fue Jesús.

I.2. La Pascua, pues, contradice muchas cosas religiosas que los hombres han dado por buenas e incluso divinas. Asimismo, la Pascua es el comienzo de la afirmación paulina de que “Cristo es el final de la ley” (Rom 10,3), porque si este crucificado ha sido constituido Señor y Mesías, entonces ya está anulado el dogma de la maldición del madero de Dt 21,23. Cristo, pues, es el final de la ley y el final de toda maldición divina sobre nadie.

I.3. La respuesta, desde el corazón de los oyentes, ante el anuncio de la Pascua, ofrece a Lucas la oportunidad de mostrar un itinerario bautismal. Nos encontramos, seguramente, con un texto bautismal en el proceso que se describe: a) conversión (metánoia), un cambio de mentalidad; b) el bautismo en el nombre del Señor Jesús implica aceptar su vida, su muerte y su resurrección ; c) el perdón de los pecados es el efecto de la conversión y el bautismo, es la experiencia de salvación; d) el don del Espíritu significa cómo se hace presente todo ello en la vida del creyente.

I.4. Por consiguiente, cuando se predicaba el misterio de la Pascua, la muerte y la resurrección de Jesús, no se hace por estética, sino para provocar cambios de vida, de actitud y de mentalidad. Porque ese misterio de Pascua es tan radical, tan profundo, que el hombre que oye hablar de lo que el Señor ha hecho por nosotros debe preguntarse por el sentido de su vida. Por ello, pues, el mensaje de esta lectura es el de la «conversión». Y la conversión es un cambio de rumbo muy importante en lo que sentimos, en lo que pensamos y en lo que hacemos. No es algo externo, ni cultual, ni cultural. Si Dios ha constituido a Jesús crucificado como Señor y Mesías, es porque no hay otro camino para la salvación. El bautismo en el nombre del Señor Jesús es una propuesta para vivir su vida, morir de amor y abrirse a su resurrección.

IIª Lectura: IIª Carta de Pedro (2,20-25): Sus heridas nos han curado

II.1. La IIª Lectura es como una especie de himno bautismal; porque el bautismo es una participación en el misterio de su muerte, tal como lo expresaba Pablo en la carta a los Romanos (Rom 6). El autor de la 2ª de Pedro lo expresa maravillosamente con «sus heridas nos han curado». Se propone el sentido del “dolor solidario” que Jesús ha vivido en su vida. Es una expresión que por sí mismo merece toda una teología y una reflexión de alcance en la línea de la “teología crucis” de Pablo. Decir que sus heridas nos han curado es poner de manifiesto que su entrega nos ha salvado de un mundo sin piedad y sin corazón.

II.2. Pero debemos hacer notar que esta participación en la muerte de Cristo, por medio del bautismo, no es una participación en sufrimientos sin sentido, sino una participación en la muerte que lleva a la vida, a la resurrección. De lo contrario romperíamos en mil pedazos la teología del bautismo cristiano que se nos presenta en este himno de hoy. Su muerte es una muerte por nosotros, es decir, para que nosotros vivamos.

Evangelio: Juan (10,1-10): Yo he venido para que tengan vida en plenitud

III.1. El evangelio de Juan (10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático, que es así para los oyentes, ya que este texto es bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las afirmaciones cristológicas de Juan. Esas afirmaciones, con toda su carga teológica, se expresan con afirmaciones de revelación bíblica, con el «yo soy».

III.2. En el AT Dios se reveló a Moisés con ese nombre enigmático de Yahvé (algunos piensan que significa “yo soy el que soy”, aunque no está claro). Ahora, Jesús, el Señor, no tiene recato en establecer lo sustancial de lo que es y de lo que siente. Y de la misma manera que ha dicho en otros momentos que es la verdad, la vida, la resurrección, la luz, ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya tradición veterotestamentaria es proverbial, como nos muestra el Salmo 23. En realidad, la imagen de este texto joánico es la de Jesús como «puerta», aunque en el conjunto de Jn 10 se juega precisamente con las dos imágenes: puerta y pastor.

III.3. La imagen de la puerta es la imagen de la libertad, de la confianza: no se entra por las azoteas, por las ventanas, a hurtadillas, a escondidas. Es la imagen, pues, de la confianza. En el Antiguo Testamento se habla de las puertas del templo: "Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor, los vencedores entrarán por ella" (Sal 118,19-20). Las puertas del templo o de la ciudad eran ya el mismo conjunto del templo o de la ciudad santa (es una especie de metonimia, con lo que se expresa el todo por una parte). Por eso dice el Sal 122,2: "ya están pisando nuestros pies tus puertas Jerusalén"; cf. Sal 87,1-2; 118,21; etc.). Pasar por la puerta era ¡el no va más! para los peregrinos. Ahora Jesús es como la nueva ciudad y el nuevo templo para encontrarse con Dios. Porque a eso iban los peregrinos a la ciudad santa a encontrarse con Dios.

III.4. Jesús en este evangelio se propone, según la teología joánica, como la persona en la que podemos confiar; por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta, quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia. No es una pretensión altisonante, aunque la afirmación cristológica de Juan sea fuerte. Eso no quita que debamos mantener un respeto y una comprensión para quien no quiera o no pueda entrar por esa puerta, Jesús, para encontrar a Dios. Nosotros, no obstante, los que nos fiamos de su palabra sabemos que él nos otorga una confianza llena de vida.

III.5. Se habla de un “entrar y salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir. En Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable. Por la fórmula de revelación, del “yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa, para robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Jesús, puerta, “viene” para dar, para ofrecer la vida en plenitud (v. 10). Pero en este domingo pascual, el símbolo de la puerta debemos enhebrarlo a la significación del misterio de la resurrección de Jesús. Es verdad que en el texto joánico este significado no cuenta, pero sí debemos tenerlo presente en la predicación, ya que la resurrección de Jesús es la “puerta” de la vida nueva para El y para todos nosotros. Y solamente es desde la resurrección cómo podría expresarse el Cristo de Juan esas expresiones de revelación del “yo soy” la vida, la resurrección, el buen pastor, la luz…